Cuarto disco en solitario e imposible de nombrar el número que ocupa en su tan prolífica carrera. Steven Wilson, que decidió emprender su carrera en solitario tras dejar de lado el proyecto Porcupine Tree en 2008, ha vuelto a sorprender, de nuevo, a la escena musical actual.
En multitud de páginas webs y revistas, se leen notas muy positivas; desde ser la mejor producción hasta el momento de Wilson hasta ser considerado el nuevo «The Wall» del siglo XXI. Y no es de extrañar, tras haber sido galardonado como «álbum del año» y proclamando a Steven Wilson el «rey del prog«. ¿Pero es verdad que es tan bueno? O, como el primer amor, ¿siempre se idealiza en gran manera?
He de reconocer que, antes de entrar en materia, fue gracias a la noticia de la nominación de rey de la música prog lo que hizo que me decidiera a escucharlo. Porque los que me conocen bien saben que soy muy reacio a escuchar música actual, y más concretamente, con el saturadísimo estado en el que se encuentra la música rock/metal progresiva actual que no se puede entender sin ritmos extravagantes y sin guitarras distorsionadas que desembocan en solos a modo de erupción pliniana… muy horror vacui todo.
Así y todo, me decidí a darle una escucha a Porcupine Tree, y me encontré una música amable, un rock alternativo diferente que era muy agradable de escuchar. Lo que me fascinaba es que mi oído vibraba ante diferentes sonidos indicándome grupos bastante inverosímiles que nunca los habría podido relacionar con el rock progresivo. Sin embargo, Porcupine Tree siempre me ha resultado un poco superficial, lejos de estar cerca de grupos, más o menos actuales, como Dream Theater, Symphony X o Pain of Salvation, por citar algunos.
Así es como Steven Wilson debió de sentirse, en mi opinión, cuando decidió bajarse del tren de Porcupine Tree y se embarcó en su nueva odisea personal, manteniendo su propio estilo, pero habiendo madurado la calidad y profundidad de la música.
Hand. Cannot. Erase.
Fotografía basada en la historia conceptual, extraída de http://www.handcannoterase.com
Tras dejar el listón por las nubes con su anterior trabajo lanzado en 2013, «The Raven that Refused to Sing», y su indagación en un estilo más cercano al progresivo de los 70’s, Steven Wilson vuelve a la carga con un disco muy similar en formato a los anteriores, contando además con la misma banda que en su álbum anterior. Sin embargo, ha dejado de lado ese estilo tan sombrío y dramático con el que, en mi opinión, llegó al clímax con el «Grace for Drowning».
Porque, ¿cómo podríamos definir la música de Steven Wilson? Sin duda, es una continuación más madura y adulta de Porcupine Tree, pero un ejemplo muy gráfico sería el siguiente: escoge aleatoriamente una canción de Steven Wilson y un capítulo aleatorio de The Walking Dead y descríbeme como suena (ni el «Dark Side of the Moon» con la película «El Mago de Oz» encaja tan bien). Si bien su música está rodeada siempre de un halo de oscuridad, pesadumbre, desolación y misterio, el estilo de Wilson se caracteriza por mezclar la fiereza del metal progresivo y la delicadeza y tranquilidad de un tema más pop.
«Hand. Cannot. Erase.” es un disco conceptual que gira en torno a una historia que obsesionó en cierto grado a Steven Wilson a raíz de ver un documental: la historia de Joyce Carol Vincent, una chica que murió y durante tres años pasó desapercibida en su apartamento en Londres. Escalofriante, ¿verdad? Cómo alguien que pasa de tenerlo todo a desaparecer, como si nunca hubiera existido, olvidado por sus familiares y amigos. Tal impacto causó en Wilson que hasta lanzó la página web www.handcannoterase.com en la que trata de imaginar y expresar los sentimientos de esta chica, como un anexo a la obra en conjunto.
Lista de canciones:
Un parque, los niños jugando, el alboroto de la ciudad. El amanecer de un nuevo día expresado por unas notas de piano oscurecidas. El sol empieza a viajar por la bóveda celeste, mientras aparece el primer remordimiento. “First regret” abre el disco a modo de caja de pandora, preparándonos para el viaje auditivo e introspectivo que vamos a comenzar.
Tres años más tarde, “Three years older”, es uno de los temas más alegres del álbum y de Wilson. Con una esencia que recuerda a los primeros Rush, tanto en el ritmo («Xanadú»), como en el uso del melotrón/sintetizador y hard rock característico de los canadienses. Un tema que va evolucionando, germinando y que es, sin duda, herencia del estilo del álbum anterior. Es una canción que alcanza una profundidad excelsa a la mitad de la misma, con unas notas de piano que nos llevan a una transición que evoca a la época dorada de Dream Theater. Una canción increíble, para llevarse las manos a la cabeza.
Ahora es momento de tener esa conversación seria a la que se llega cuando una relación se empieza tambalear. “Hand Cannot Erase” es una canción bonita, de verdadero amor, lejos de dramatismos, que me recuerda mucho al estilo del Genesis de Peter Gabriel.
Y ahora, ¿quién no recuerda esa etapa de la juventud en la que todo era perfecto, había un entusiasmo desbordado y la felicidad empapaba todos los rincones de nuestra vida? “Perfect Life” rememora todos esos momentos bajo una atmósfera new age muy en el estilo de Mike Oldfield en algún tema del “Songs of Distant Earth”. Tras recordar todos esos momentos, que ahora se tornan en tristeza y nostalgia, Steven Wilson entona un cántico, un lamento que nos hace conectar con todos esos sentimientos. Una canción enigmática y preciosa a la par.
Vuelta a la cruel realidad, a la amarga rutina. “Routine” es una de las canciones más emotivas de Steven Wilson que he escuchado hasta el momento. Y ya no sólo por la musicalidad, las melodías y la hermosa voz de Ninet, sino por lo que la letra de la canción encierra. Una dolorosa pero cierta verdad. Tras un primer lamento por lo que la vida de esta persona se ha convertido, ésta vuelve a bajar la cabeza y seguir con la rutina. Un momento de tranquilidad e inquietud al mismo tiempo, de rabia, de dolor, que, cómo ráfagas, van asediando la mente consciente. Guthrie Govan nos transporta a su habitación y nos compadecemos de ella. Ella no puede más, Ninet rompe a cantar, y el alma se nos cae al suelo literalmente. Una explosión sónica muy emotiva sigue a este lamento que desemboca en un grito, un grito por ser libre. Un nuevo amanecer y la resignación, Steven y Ninet a dúo dando el colofón final a esta bellísima canción.
Sin embargo, hay algo que no me llega a cuadrar del todo con este tema. Es como que, pareciendo una canción perfecta, hay algo que me falta. Algo que me hace recordar a ese dicho sobre el teatro que dice lo siguiente: El buen actor es aquel al que a uno, al verlo actuar, no le hace recordar lo bueno que es. En mi opinión, creo que hay algunos pasajes demasiado largos y a veces, fuera de contexto. Pero por otro lado, creo que la actuación de Ninet, que ya de por sí se apodera del tema, es la clave que da la profundidad y emoción necesaria que evoca esta canción, y especialmente, en la versión alternativa del tema donde solo canta ella.
Era muy raro que, ante un disco con una historia conceptual tan tenebrosa y trágica, no apareciera el toque de oscuridad característico de Wilson. “Home Invasion” es un tema al más puro estilo del Porcupine Tree de «In Absentia», con sus sombras y luces, repartidas a partes iguales entre las dos mitades del tema. Y así llega la parte final, que termina con un solo de slide que parece volar libremente por un océano de tranquilidad, cuyo cielo harmónico está a punto de romperse.
Perdida en la ciudad; se está haciendo de noche; las sombras reptan por las líneas y huecos del empedrado de las calles. El tema comienza con la actuación magistral de Adam Holzman, cuyo teclado nos va llevando a través de la ciudad, los colores y emociones que revolotean en el ambiente nocturno. Emociones que, finalmente, llevan a recordar otro de los fatales pensamientos, el noveno arrepentimiento, que se transforma en uno de los solos más increíbles que he escuchado nunca.
Y es difícil. Difícil porque la primera vez que uno escucha a Guthrie Govan uno se siente como si hubiera encontrado al Santo Grial. Pero aun así lo consigue, a pesar de ser uno de los guitar gods modernos, siempre impresiona. Y ya no sé si es él, el diablo o la propia guitarra que se adueña de él, porque escucharlo y verlo tocar en “Regret #9” pone la piel de gallina, y más sabiendo que está totalmente improvisando. Increíble.
“Transience” es tranquilidad y desasosiego temporal, sobre todo, ante la desolación que se siente por el tema anterior. Otra canción esencialmente porcupinera, corta y en su justa medida.
Un nuevo lamento. El lamento por la vanidad del hombre y el valor de las cosas que, como el hombre, se convierte en polvo que acaba llevándose el viento. «Ancestral» es una canción muy profunda y emotiva, ensalzada por el violín, los coros de Ninet y el intenso, reflexivo, trascendente y tremendo solo de Guthrie Govan, que hace que a uno se le caigan las lágrimas. La rabia y el furor, el instinto animal, se apodera del cuerpo de la canción y la transforma en devastación y desesperación para dar de nuevo lugar a la calma que sucede a la tormenta.
Una oda a ese hermano, a ese familiar que, tras tanto tiempo sin verlo hace rememorar, centellear, en nuestros recuerdos más lejanos y escondidos todas aquellas experiencias que nos unieron a él desde que eramos pequeños. “Happy Returns” es una de las canciones más simples y a la par más profundas de este “Hand. Cannot. Erase.”; una nueva “Trains” contemporánea que me deja sin palabras. Serena, radiante y harmónica; una canción perfecta, agridulce, con un final feliz, delicioso y maravilloso. La luz, la serenidad y la calma que se siente al final de la vida, al final de este increíble disco que acaba con “Ascendant here on…”.
Una de las cosas que hace especial la música de Steven Wilson es que ha sabido integrar la sonoridad de grupos que habían influenciado tenuemente la escena, pero que ahora lo hace de manera más directa, como podrían ser Depeche Mode, Joy Division, The Cure o Tears For Fears, y, cómo no, Radiohead. No obstante, el género progresivo se distingue por dos elementos clave: por ser un club elitista y por parecerse a un agujero negro. Para dar a entender esto propongo el siguiente ejemplo: si cogemos el «Black Holes and Revelations» de Muse y un disco de Porcupine Tree, ¿quién suena más progresivo (pregunta retórica)? ¿pero quién acaba encasillado en este término? Steven Wilson. ¿Por qué? Porque en la mayoría de sus discos ha tenido colaboraciones de personas afines al género, como podría ser Alex Lifeson, en Fear of a Blank Planet o Adrian Belew en Deadwing, por no hablar de la incorporación de Guthrie Govan y su trabajo en Asia, en solitario y en The Aristocrats. Es el background lo que clasifica al grupo y no la música, en algunas ocasiones.
Por tanto, a veces me parece injusto que se categorice de esta manera grupos que, lejos de ser progresivo, se tilden como tal por usar cambios de ritmos toscos y harmonías diferentes y cambiantes. Seamos honestos, ser progresivo está de moda porque es diferente, porque va en contra de la música establecida actualmente; porque decir que escuchas Pink Floyd ya no es suficiente; ahora escuchas Steven Wilson. Y no, no estoy en contra de eso, pero sí de que no se recuerden a bandas como Yes, Van der Graaf Generator, Genesis o ELP, que, por citar algunas, dieron la luz a este género y visión musical.
Pero sí, Steven Wilson ha sabido meterse en este club elitista y ha sido reconocido mundialmente, aunque a veces caiga, en mi opinión, en el síndrome ACDC: nos gusta, nos sorprende, pero alguna vez sentimos como se repiten las fórmulas y cómo a veces pierden profundidad las canciones. ¿Pero quién está en la posición de criticar a un artista que ha compuesto centenares de canciones? Y más conociendo la volatilidad de esa cosa llamada creatividad.
Empero, la creación musical de Wilson está lejos de sonar repetitiva y, mucho menos, aburrida. Sin duda, se caracteriza por el eclecticismo y el buen gusto. Y esto es lo que me fascina de la buena música; cómo a veces, escuchando un grupo y conociendo sus influencias, el oído se presta más favorable a escuchar grupos que de otra manera no habrían podido ser entendidos. Esa es la magia de la música y, en mi opinión, lo que hace que la música de Steven Wilson suene tan distinta; que nos lleve por pasajes épicos que nos recuerden a bandas sonoras de producciones como Final Fantasy (aunque él siempre ha reuhuído de estos temas curiosamente), a otros temas más introspectivos y con historias que tratan de la miseria, los miedos, la crudeza y la soledad en la que vive la sociedad del siglo XXI.
Porque sí, Steven Wilson es el mito, la leyenda, el profeta de una generación sumergida, perdida, en la realidad de la música actual, en un sueño nostálgico por recuperar esa música inicial que dio vida al género. Steven Wilson es el hombre y él lo sabe. Siempre lo ha sabido y no ha habido nada que lo haya podido parar. «So, I wanted to apologize to anyone that I’ve upset or offended… by my words; it’s just an opinion, but unfortunately, I tend to express it as a fact, and that’s kind of arrogant. Isn’t it?» decía en su intervención en la canción Repentance, de Dream Theater. Steven Wilson es el hombre.
Y ya vuelve a la carga el próximo mes de enero con el que será su quinto álbum en solitario: 4 ½. ¿Logrará superar a sus antecesores álbumes, que nos atrevemos a nombrar como masterpieces? En Spreading the Sound estamos ansiosos por descubrirlo.
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