Más de una vez me he preguntado por qué si el metal sinfónico como tal es un género que no me atrae, Nightwish consiguieron calarme tan hondo. Vale, es cierto que fue de las primeras bandas que descubrí cuando empecé a internarme en estilos más «heavys», y que ese cariño nostálgico puede ser en parte culpable. Pero no, va más allá, porque conforme pasaban los años y mis oídos se iban abriendo a una gama cada vez más amplia de géneros y bandas, seguían poseyendo algo capaz de captar mi atención. Sus composiciones si que es cierto que por momentos pecan de «eurovisivas» o excéntricas, pero lo compensan con melodías de muy buen gusto, o desarrollos que por momentos pueden mostrar hasta ligeras estructuras progresivas. No me sorprendió cuando leí a Tuomas citar en una entrevista que los dos discos que le llevaron a decidirse por componer música fueron el «Master of Puppets» y el «Images and Words».
De hecho creo que precisamente radica en el fondo de esto el porqué de mi aprecio por Nightwish y mi desinterés por el resto de grupos del mismo estilo. Al darle una oportunidad a distintas bandas sinfónicas sentía que se limitaban a hacer más de lo mismo, imitando a las pioneras sin aportar nada realmente propio. Obviamente hay excepciones, y no soy un profundo conocedor del género. Creo que con Nightwish esto no me ocurría porque habían terminado haciendo su música a partir de sus múltiples influencias, lo cual se plasma a la perfección en sus composiciones y en la evolución que han venido siguiendo.
La banda ha sufrido varios cambios de formación con los años (el cambio de cantante, conocido por toda la polémica que suscitó y la forma en que dividió a sus seguidores, de una forma a mi parecer algo pueril), teniendo actualmente al micrófono a Floor Jansen. La cantante holandesa ha conseguido llevar los directos de la banda a un nuevo nivel, con una capacidad técnica que Anette Olzon era incapaz de alcanzar en los temas clásicos y una fuerza y calidez donde Tarja resultaba más fría.
Me he decantado para hablar de ellos por un tema de su penúltimo larga duración, «Imaginaerum«. Ni es el más representativo de su estilo ni es el mejor, para ello probablemente hubiera sido más lógico acudir al brillante «Once». Sin embargo es probablemente el disco de los fineses que más he quemado, y estando encuadrado en una etapa en la que su sonido cada vez era menos duro y daban cabida a influencias folk, es una muestra de lo mejor y lo peor de la banda.
Es un disco con momentos realmente brillantes, como el interesante riff y desarrollo de «Ghost River», el toque bluesero de «Slow, Love, Slow», el aire folk de «Turn Loose The Mermaids» o la sobria epicidad de «Rest Calm». Por otro lado, el que el álbum sea conceptual es positivo y negativo al mismo tiempo, haciéndolo muy variado y cohesionado, pero llevándolo a la bizarra teatralidad de temas como «Scaretale». Los arreglos orquestales por otro lado resultan excesivos. La creatividad de Tuomas Holopainen es igualmente capaz de brillar con luz propia que de enfangar sus composiciones.
Compuesta por Marco, «The Crow, the Owl and the Dove» no es ambiciosa, ni grandilocuente, ni siquiera épica. Es sencilla y minimalista. Pero es que si se hace con buen gusto, una guitarra acústica y voz pueden decir más que la más ostentosa de las orquestas. De desarrollo bien llevado, a través de ella puedes sentir esa vuelta a la inocencia, a la niñez, que refleja el álbum. Con todos sus defectos y aciertos, la verdad es que es un disco al que me gusta volver cada cierto tiempo, en el que a pesar de todas sus imperfecciones uno se siente cómodo y reconfortado.