
Si sois lectores habituales de Spreading the Sound no os pillará por sorpresa el hecho de que los catalanes Obsidian Kingdom se encuentran entre nuestras bandas nacionales favoritas. Si no, invitados estáis a leer nuestra reseña sobre «Mantiis» y «A Year With No Summer«, en las que explicamos por qué, cada uno a su propia manera, son dos discos enormes que deberías escuchar sí o sí. Ambos oscuros, densos e intensos, pero usando herramientas muy diferentes para plasmar su música.
Me hacía especial ilusión poder contar con ellos para esta sección. Por un lado, porque como seguidor me interesaba mucho saber cuales son esos discos que marcaron su forma de acercarse a la música hasta llegar al punto en que se encuentran hoy. Por otro, porque es evidente que una propuesta así solo se logra escuchando música muy diferente, lo que implica una lista variada e impredecible, como a mí me gustan. Y puedo decir que no han defraudado.
Aquí os dejo con la selección de cinco álbumes indispensables para entender a la formación actual de Obsidian Kingdom. Tanto discos que marcaron su infancia como otros más recientes que resultaron igual de impactantes.
Rider G Omega (guitarra y voz): Nirvana – In Utero (1993)
Cuanto más viejo se hace uno, más difícil es elegir entre recuerdos, porque el catálogo es cada vez más amplio. Pero, a la vez, los momentos especialmente emocionantes brillan doblemente en un océano gris de imágenes distorsionadas por la memoria.
La cinta de casete que contenía «In Utero» cayó en mis manos durante alguna excursión del cole: en los primeros años de la piratería musical todo niño tenían ya un walkman, porque en navidades le regalaban a uno el recopilatorio de Michael Jackson o la presente edición del Máquina Total -que por aquel entonces era lo que causaba sensación entre los onceañeros-, además de que yo podía acceder a la colección de cintas de mis padres, donde había desde Sting a Gloria Estefan, pasando por Mecano o Los Panchos. Pero aquélla era diferente. Nirvana sonaba muy exótico, y aquél ángel hecho de vísceras era apetecible pero muy inquietante. Los tonos anaranjados resultaban bastante inofensivos, aunque ‘Utero’ sonaba un poco procaz. Recuerdo muy bien el momento de acomodarme en el asiento del autobús, sacar la cinta de su caja, ajustarme a la cabeza unos rudimentarios cascos y pulsar el play de mi flamante reproductor a pilas.
Instantáneamente, aquella música me transportó a otra dimensión, como si hubiera tomado drogas (cosa que también acabaría haciendo años más tarde): las ondas sonoras me estaban provocando un estado de consciencia alterado, y de repente me vi preso de la rabia juvenil de Kurt y de su nihilismo destructivo; de aquél jolgorio descontrolado de golpazos a la batería; de guitarrazos y gritos lánguidos; de coros joviales y enérgicas disonancias; de pura gloria auditiva. No entendía nada de ello, pero podía sentirlo todo: la alegría de aquél al que ya no le importa nada y el resentimiento de la ofensa largamente sostenida; la ironía de la auto-compasión y la nostalgia del paraíso perdido; emociones que mi mente infantil todavía no podía intelectualizar pero que se filtraban a través de mi subconsciente como agua freática. Las melodías coloristas eran tan puras e ingenuas como el ángel maternal que ilustraba la portada, pero había algo que no andaba del todo bien, como el hecho de que se le transparentaran todos los órganos internos. Todo el dolor de «Frances Farmer will have her revenge in Seattle»; toda la confusión de «Radio Friendly Unity Shifter»; y todo el abandono de «All Apologies»: tardé muchos años en entenderlos, pero ya los sentí entonces, muy adentro. Para cuando el rollo se acabó y tuve que darle la vuelta a la cinta, yo ya no era el mismo niño.
Me bajé del autobús bastante atontado y tomé la merienda todavía un poco afectado por la experiencia, pero al día siguiente me apresuré a encontrarme de nuevo con mi camello. Las siguientes dosis fueron de Iron Maiden, The Offspring o Manowar, pero ésa ya es otra historia que no voy a contar aquí. Lo verdaderamente significativo de la historia es que ésa fue la primera vez en que experimenté una fuerte curiosidad por todo lo que había detrás de aquella música (cosa que no me había pasado – o al menos no tan intensamente – con, digamos, Gloria Estefan): quién carajo era ese tipo gritón, qué significaban todas aquellas palabrotas en inglés, por qué parecían tan cabreados esos tipos y, por encima de todo ello, CÓMO NARICES SE HACÍA ESA MÚSICA TAN COJONUDA.
Una semana después, encontré en un armario la guitarra española de mi madre.
Ojete Mordaza II (batería): Metallica – Load (1996)
Yo era un crío de 11 años que nada sabía de Metallica cuando un día le robé a mi hermano mayor su copia del «Load» para ver a qué sonaba ese disco que tanto le gustaba escuchar a todas horas. Me enseñaba las fotos del libreto donde salían aquellos cuatro macarras trasnochados que no conocía, y me explicaba la anécdota del origen de la portada del disco con la gracia del mayor que educa al pequeño en esas primeras gamberradas de la adolescencia.
Poco sabía mi hermano que estaba sentando las bases de mi vida futura abriéndome la puerta a aquel disco. Cuando lo escuché por primera vez Metallica pasaron de ser unos completos desconocidos a ser mis héroes durante años (todavía lo son, de hecho). En aquel momento comenzó mi obsesión por Lars Ulrich, convirtiéndose la batería en mi instrumento predilecto de manera instantánea. Esas canciones me ocupaban el día completo, intentaba sacar las letras con ayuda de mi hermana, buscaba sus vídeos en la MTV y pedía prestados otros discos y VHS de conciertos que coleccionaban el resto de mis amigos.
Metallica fueron mis primeros ídolos, vaya. Y precisamente aquellos Metallica de pelo con olor a recién cortado, con aquel maquillaje, tan bajados de revoluciones y tan denostados por la crítica de entonces y de hoy. Todavía hay gente que te mira mal cuando hablas bien de «Load» y «Reload», curiosamente, sin entender muy bien lo interesante que era para mí poder vivir aquellos discos desde el total desconocimiento. Descubrir una banda en un momento tan vulnerable, todos ellos confundidos, internamente hechos polvo ya sin saberlo, pero en ese punto de inspiración fantástico en el que daba la sensación de que todo lo nuevo que probaban les salía bien.
Lars simplificándose la vida y sonando como nunca, James cantando y tocando desde el corazón porque era lo que tenía más a mano, Kirk descubriendo que ir despacio y con wah, a fin de cuentas, le sentaba bien, y Jason encontrando su sitio por fin, ni que fuera durante un breve tiempo. Una banda, para mí, en estado de gracia. Han sacado discos más cortos, más frescos, más revolucionarios y sin duda con mejores ventas a lo largo de su carrera, pero creo que nunca me han sonado tan reales y honestos como en «Load», ni he sentido que un disco fuera tan hecho para mí como entonces sentí y sigo sintiendo éste.
Om Rex Orales (bajo): John Frusciante – The Empyrean (2009)
«The Empyrean» es un disco capaz de llevarte al paraíso, como bien indican su mismo título y portada: en ella encontramos explícito el camino desde la muerte hasta la llegada a este edén que nos presenta el multi-instrumentista John Frusciante.
Este Empíreo se divide en diez cortes musicales (y dos bonus, pues el paraíso nunca termina) en los que hace un repaso a su propia carrera: solos de guitarra llenos de efectos, pianos, falsetes… Poco a poco puede entreverse a aquél John que cantaba entre canción y canción en directo y al que podíamos escuchar en proyectos paralelos en su fase más experimental. Órganos, sintetizadores celestiales y coros traídos del mismísimo góspel, beats electrónicos, bajos memorables, guitarras cristalinas y cargadas de distorsión e incluso un cuarteto de cuerda y un registro vocal nada habitual en él; una mezcla de influencias e ideas plasmadas en una obra que sin duda marca un antes y un después en la carrera de Frusciante, que demuestra que no sólo domina la guitarra sino todo instrumento que se le ponga por delante, y en el que queda más que claro su nuevo viraje hacia la música electrónica.
No sé cuántas veces habré escuchado este disco, y cada vez que lo hago descubro detalles nuevos tanto a nivel técnico como emocional. Es un álbum de auto-superación, con el que sentí la necesidad de profundizar en mi conocimiento musical, brindándome un poco de luz para saciar esa inquietud que he tenido desde pequeño. Cuando digo que quiero a éste tío, no lo digo en broma, y es que le estaré eternamente agradecido por ponerle tanto sentimiento y pasión al hecho de querer vivir.
Eaten Roll I (guitarra): Swans – The Seer (2012)
Hay muchos discos que me han marcado, pero siento la necesidad de destacar «The Seer» de Swans. Decidí escucharlo sólo porque la portada me llamó mucho la atención, y sin tener la menor idea de qué me depararía. La primera vez no logré terminarlo: tal ferocidad me resultó realmente perturbadora y cargante, y es que este trabajo es del todo menos accesible. Por suerte, decidí darle otra oportunidad unas semanas más tarde, y entonces me cautivó.
Creo que ningún otro álbum ha conseguido igualar esta experiencia tan catártica; siempre logra provocarme una gran avalancha de emociones y alguna que otra lágrima. No es fácil definirlo con palabras. Además, ninguna escucha es igual que la anterior, pues tiene infinitas capas y cada vez descubres nuevos detalles; siempre encuentras algo que te sorprende. En parte, eso explica por qué este álbum me inspira tanto y ha sido un gran referente a la hora de desarrollar varios proyectos. Estimula mi mente y me ayuda a trabajar mejor.
Lo recomiendo a todo aquél al que no le importe que le descosan el alma de vez en cuando.
Seerborn Ape Tot (teclados): Kendrick Lamar – To Pimp a Butterfly (2015)
Cuando hace apenas unos meses recibí en casa el vinilo de este álbum como regalo de cumpleaños (gracias, Ojete), la primera idea que vino a mí al desembalarlo y tener frente a mis ojos en gran formato esta portada fue “esto es la tapa de un ‘The Dark Side of the Moon’, de un ‘Abbey Road’ o de un ‘The Velvet Underground & Nico’”. “To Pimp a Butterfly” me ha fascinado y parecido absolutamente impecable en cada uno de sus aspectos desde la primera escucha: un todoterreno estilístico en el que confluyen pasado, presente y futuro de la música negra en clave de hip-hop, con un elenco de músicos y participantes tan estelar como kilométrico, una producción brillantemente camaleónica, una música en la que hasta el más mínimo arreglo es un ornamento dorado y un marco conceptual prácticamente con tanto contenido -tanto social como personal- como uno esté dispuesto a reflexionar.
Dejando de lado la simple y profunda admiración que este álbum genera en mí en cuanto a lo musical, creo que «TPAB» me ha influenciado enormemente en una gran variedad de aspectos personales y creativos. Como simple punto de partida, me hizo moverme de mi zona de confort (algo que intento hacer constantemente, pero no nos engañemos, no siempre es lo que más apetece) hacia un campo estilístico por el que nunca me había interesado con tanta profundidad, y no sólo eso sino que además de romper el hielo se coló directamente entre mis álbumes favoritos de todos los tiempos, animándome a seguir buscando esa excelencia en lugares que hace años ni me habría planteado.
En segundo lugar, su riquísimo discurso no sólo me dio momentos de identificación (algo a lo que todos aspiramos) sino que también me ofreció situaciones de todo lo contrario: ver y comprender realidades socialmente distantes tratadas de una manera muy interesante, alejada de la crítica más fácil y manida que puebla la industria musical. Y por último, y aquí es donde enlazo con la cualidad legendaria que ya os decía que hasta su presentación visual posee, me parece especialmente impactante el sentir haber sido testigo en primera persona de cómo se está escribiendo la historia de la música en letras mayúsculas frente a mis ojos. Álbumes como este me hacen pensar que debería componer cada melodía como si fuese la única que pudiese escuchar el resto de mi vida, que no tenemos que colocar en un cajón aparte a los grandes hitos del pasado y especialmente que no tenemos nada que envidiarles, porque quién le iba a decir a un chiquillo de Compton que con su tercer álbum iba a estar influenciando a David Bowie de cara a la obra que serviría como su testamento musical.
Excelente entrevista. Muy bueno Swans y Kendrick Lamar