Magma, el Zeuhl y el no saber cómo encontrarse

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Me atrevo a hacer una suposición cuya veracidad comprobaré en el último párrafo. Y ésa es que este artículo sobre Magma va a ser uno de los más difíciles que haya escrito. No solo por la particular concepción de la música que tiene la banda, y en especial su compositor, Vander, sino también por la cantidad de sensaciones contradictorias que es capaz de crear tanto en mí como, supongo, en cualquier otro oyente cuya capacidad sensitiva sea equiparable a la del ser humano medio.

Pero comencemos con los datos aburridos de libro que todos estamos ansiosos por oír. La banda fue formada en 1969 por el batería Christian Vander, y mezcla como influencia desde compositores clásicos como Carl Off hasta músicos de jazz como Coltrane. Por otro lado, desde el apartado lírico se nos traslada sin comerlo ni beberlo (ni escucharlo) al planeta Kobaïa, donde varios inmigrantes terrícolas han ido a parar espoleados por el decrépito estado en el que se encuentra nuestra querida tierra, desarrollando la mitología del planeta a lo largo de sus álbumes. Todo muy normal hasta aquí.

Ahora debemos hablar sobre el “Zeuhl”, estilo propio de la banda. Zeuhl significa “celestial” en el lenguaje creado por Vander. Sí, ha creado un lenguaje. En realidad no lo ha creado al estilo del Klingon (incluyendo un extenso vocabulario y gramática), sino que, como él explica, fluye conforme compone su música. A lo que iba, dicho término incluye a varias bandas, principalmente francesas y algunas de ellas compuestas por ex-miembros de Magma, que comparten su peculiar gusto musical, mezclando estilos como el rock progresivo y sinfónico y rock fusión mediante composiciones con temas musicales repetidos constantemente, coros, más coros, algún histrionismo y estentóreos gritos bastante molestos, teclados, instrumentos de viento y un largo etcétera de elementos mezclados en un totum revolutum musical de dos pares de narices. En definitiva, es algo que no se puede explicar con palabras, como se puede ver, sino que debe experimentarse.

Llegados a este punto, uno se preguntaría qué hace a la música de Magma especial, porque imagino que el párrafo anterior no lo ha dejado claro ni por asomo, sino todo lo contrario. Qué la hace diferente, insólita. Qué la hace despegarse de cualquier otro tipo de composiciones. En primer lugar, la repetición ad infinitum de todos sus acordes y melodías. Bueno, al final acaban parando, pero da esa sensación. No es una repetición, sin embargo, que canse al  oyente per se, sino que más bien provoca un efecto hipnótico, del que te asombras al despertar cuando la canción ha acabado. Aunque supongo que su percepción cambiará dependiendo del oyente. Distintas ideas se suceden sobre esta repetición, desde luego, y poco menos puedes encontrarte al final de cada canción que con una cara de confusión y asombro.

La segunda característica definitoria de la música de Magma es que el señor Vander, pese a seguir dicha repetición durante los temas, paradójicamente parece no seguir ningún tipo de orden lógico en la composición, incluyendo en una misma canción elementos tan dispares como sorpresivos, llegando a llevarla por derroteros obsesivos que echarán, estoy seguro, a muchos para atrás al instante, pero que dota a su música, también estoy seguro, de un je ne sais quoi especial.

Con esta idea general sobre lo que podemos encontrarnos durante la discografía de Magma, veamos como mal ejemplo uno de mis álbumes favoritos (luego veremos el buen ejemplo), que precisamente es uno de los menos aclamados, aunque no me explico por qué, ya que es de los más variados: «Merci» (1984). Si bien cuenta con una pobre batería programada, todas las canciones tienen con un componente distintivo que las hace brillar por separado, algo que también se conseguía en menor medida en el anterior álbum «Attahk» (1978). Desde la casi discotequera y de bochornoso nombre “Call From The Dark (Ooh Ooh Baby)”, hasta la bellísima (y larguísima) “Eliphas Levi” y la ambiental “The Night We Died”, pasando por el R&B de “Otis” (homenajeando a Otis Redding) o el funk de “I Must Return”, todo fluye con tanta sencillez que incluso parece otra banda. ¿Su álbum más facilón? Sí, sin duda. ¿El álbum que más se sale de sus esquemas? Posiblemente. Pero para qué engañarnos, yo no le hago ascos.

Si bien éste es uno de esos álbumes que podría gustar a cualquiera, no he de recomendar éste a quien haya de probar la valía de Magma de cara al Be Prog My Friend, no porque no vayan a tocar algunas de sus canciones en directo (que no lo sé), sino porque, como decía, no tiene su sonido representativo. Si hay uno que deba recomendar para probar su sonido, ese es «Mekanik Destruktiw Kommandoh» (1973) el álbum más famoso de Magma y, en mi opinión, el mejor y más interesante, ya que, aparte de representar muy bien lo que es la banda, el resultado es impecable en todos los sentidos. Amén que, éste sí, suelen traerlo en sus conciertos.

¿Y qué conlleva escuchar este disco? Básicamente encontrarte con canciones que perfectamente podrían formar parte de un todo, una única canción. Contiene todo lo ya comentado al comienzo, los estridentes cánticos operísticos que parecen invocar al diablo (¿podrían cambiarlos por guturales, por favor?), los coros a lo Carl Off y la repetición de los temas, todo ello aderezado por una instrumentación salvaje y un sentimiento de no saber adónde vas ni qué leches haces aquí, y mucho menos cómo encontrarte de nuevo. Como puntos destacados señalaría el aire místico y el piano en “Kobaia Iss Deh Hundin”, la turbadora “Nebehr Gudahtt” o “Mekanik Kommandoh”, con su genial instrumentación de viento y su cambio de ritmo a mitad del track que la dota de una segunda parte divertidísima.

Ahora que llegamos al final, no queda sino comprobar lo que os comentaba en la introducción de este texto. Sí, escribir este artículo sobre Magma me ha costado, y mucho. Puede que el que más. No obstante, si eso os ayuda a haceros una idea sobre el grupo, darles una oportunidad y comprobar de primera mano sus cualidades, asistáis o no al Be Prog My Friend, habrá merecido ya la pena.

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