Tengo que reconocerlo: de entre tanta música por escuchar que tengo que se queda en el tintero, hay días que sin una razón lógica, el destino me lleva a uno de esos grupos que siempre he querido escuchar. En este caso, Spock’s Beard. Por lo que tenía entendido, se eregían como unos popes del rock progresivo actual e incluso gozaban cierta aceptación entre la comunidad más alternativa. Y, sinceramente, no sé cómo he podido vivir tanto tiempo sin haberlos escuchado.
Antes de entrar en detalle, me gustaría aclarar que he decidido no profundizar en la discografía de Spock’s Beard a la hora de escribir este artículo, a pesar de que ha sido inevitable conocer algunos datos, para darle el enfoque del descubridor. Sin embargo, en V, su quinto disco, lanzado en 2000, aparece su formación más clásica liderada por Neal Morse, cuya enfermedad de su hija y su posterior epifanía, le llevó a centrarse en su carrera en solitario y, más tarde, en proyectos como Transatlantic.
La primera impresión que me llevé del V fue la sonoridad y el tono de las canciones. Esperaba encontrarme con los típicos estereotipos del progresivo moderno: cambios de ritmos, predominancia de guitarras distorsionadas, voces pretenciosas y epicidades falsas. Pero lo que resonó en mi interior es el sonido de Dream Theater en Falling into Infinity (que, a pesar de las críticas, es uno de mis discos favoritos). Y no me refiero a que V suene comercial, aunque tenga letras y cortes muy pop, sino porque sin resultar cargante, logra canalizar la raíz absoluta que se desarrolló en los 70s, con unas letras y estructuras relativamente sencillas, sin cambios bruscos ni excesos, creando una atmósfera en su conjunto de armonía que en pocos discos y agrupaciones he logrado encontrar.
Con una duración de 63 minutos y 6 pistas, el disco tiene dos partes diferenciadas: la más comercial, pop y alternativa, compuesta por la parte central que, a pesar de desentonar ligeramente, cumple con la intención lograr separar y digerir las dos piezas maestras que encuadran el resto del disco.
El álbum arranca con «At the End of the Day» con un tono épico que, dado que la sincronicidad (seguramente intencionada) con el álbum V de Symphony X -cuya cáratula es prácticamente un calco escénico-, recuerdan al tono del mencionado álbum. Sin embargo, Spock’s nos embarga en este viaje de ensueño por distintas melodías y riffs donde nos hacen saber cuales son sus influencias y el balance entre ellas. Pasajes que recuerdan a la escena Canterbury, para pasar a momentos latinjazz, por no decir Flamenco, Al Di Meola o Chick Corea. Siempre para volver al tema principal y su variación en forma de balada, un estribillo extremadamente pegadizo y pop, alegre y emotivo, que es una expresión musical del Carpe Diem. La batalla entre Genesis, Yes y Dream Theater se lleva a cabo en un escenario liderado por el teclado de Ryo Okumoto, en esa efervescencia del cisne blanco de Camel, cuyo resultado desemboca en el minuto 14:00 en un solo de estudio, cuyas escalas descendentes, uso de quintas y cuartas y tremolo son vástagos directos de Steve Vai. Y así, con toda la filosofía que hemos dejado atrás, Neil Morse nos lleva de nuevo -junto a un bajo excitado y enardecido, y a esa rítmica con wah-wah tan funky- al estribillo para recordarnos que At the End of the Day, you’ll be fine. Una pieza cuyo tono épico supera en creces a la intencionalidad de la canción. Sin embargo, es un tema imprescindible.
El segundo tema del disco, «Revelation«, es un Alan Parsons meets Radiohead en toda regla. Es una de esas canciones poderosas que te enganchan y te inspiran nuevas aventuras y creaciones; esa lluvia reveladora que cae sobre la noche oscura y que al día siguiente te hace descubrir que no hay nada nuevo bajo el sol. Siempre es fácil encontrar alegorías en la música de Neal Morse hacia el cristianismo, como ese canto ahogado del Qohelet (Libro del Eclesiastés) antes mencionado. En resumidas cuentas, una canción explosiva con un equilibrio perfecto entre los temas principales y los solos de teclados y de guitarra, que se convierte en deleite para los oídos.
«Thoughts Pt. II», continuación del tema Thoughts del disco Beware of Darkness, es un tema cuya originalidad deja perplejo al oyente no entrenado. Unos cambios bruscos que golpean la lógica del pensamiento del enamorado, símil de la indiferencia, unido a unos contrapuntos vocales que logran generar unos clímax dignos de una verdadera joya musical.
«All on a Sunday», cuarto tema del disco y single principal (con videoclip incluido) del álbum. Un inicio á là Camel total para desembocar en una canción pop propia de la MTV o 40 principales del momento, o de series como Friends. Poco más que añadir a lo dicho anteriormente, una canción típicamente pop-rockera americana que, a pesar de desentonar totalmente con el disco, a mí se me hace graciosa y extremadamente pegadiza, quizás porque mi oído acepta otras corrientes musicales de las que nunca he hablado en este blog. Ahí lo dejo. No one knows that I lost my mind.
Tras esta catarsis adolescente y popera, llega «Goodbye To Yesterday», una balada cuyos arpegios de guitarra, teclados y la voz de Neal Morse, nos introduce en una atmósfera de nostalgia, melancolía y oscuridad. Una instrumentación, cuya clave la introduce ese bajo que parece acompañar al artista al caer en el fondo de sus pensamientos. En resumen, una pieza muy bella con un carácter muy americano que logra crear un ambiente misterioso y místico. Un sonido que podría recordarnos vagamente a Steven Wilson pero sabemos que éste lo habría llevado por otros derroteros; quizás esta sea una buena forma de distinguir el carácter musical americano del inglés. En cualquier caso, «Goodbye to Yesterday» es un gran tema.
Por último, aunque casi podríamos decir que ocupa la mitad del álbum, la chef-d’œuvre titulada «The Great Nothing». Estructurada en 6 partes, y a lo largo de 27 minutos, es otra épica sobre los problemas existenciales y la cotidianidad. Como ocurre con la primera pieza, siguen cayendo en cascadas diferentes sonoridades que se van enlazando con la fluidez con la que un pintor maneja su pincel a lo largo del lienzo. Los diferentes temas instrumentales se van sucediendo hasta llegar a las diferentes estrofas cantadas, a las que cuya estética ya nos hemos acostumbrado con los diferentes cortes del álbum anteriores. Vuelven a aparecer Genesis, Yes, Camel y Kansas a lo largo de la composición, tomando influencias más folk, e incluso sonoridades tan distintas como Rush, REM o Oasis, adornados en algún momento puntual con un background jazzístico de la mano de Ryo Okumoto y Dave Meros. Como hablar de cada parte sería dedicarle un artículo entero a la canción (tan rica es) me gustaría destacar la parte V, o cómo Peter Gabriel se encuentra con Curt Cobain, una de mis favoritas del disco, con ese corte auditivo donde el protagonista rompe la composición y se prepara un tequila. «The Great Nothing«, en mi opinión, debería pasar a considerarse como una de las mejores canciones del género progresivo del siglo XXI. Sin excesos, sin titubeos, directa como una flecha al corazón del oyente.
Como conclusión, creo que el V de Spock’s Beard, representa la continuación lineal y lógica que debiera haber seguido el rock progresivo, ya que logra combinar a la perfección los sonidos del pasado con los del presente, llevando la originalidad a otro nivel. Y, sobre todo, lo que me fascina es que lo hace de tal forma, sin arrogancia, pretensiones o remordimientos, que logran que la música fluya en un género tan mascado y tan maltratado. Por otro lado, su estilo único caracterizado por unas melodías mayores y alegres, casi podrían llevarlo a acuñar el término pop-progresivo. Además, es un disco que se adapta tanto a los prog geeks como a los iniciados en el género, sirviendo de puente de oro entre los años 70’s y el progsenetismo del siglo XXI. En resumen, un álbum exquisito e imprescindible en nuestra colección.