Como ya es tradición en Spreading The Sound, de vez en cuando los vientos mueven nuestro barco por el océano musical hacia costas extrañas y misteriosas. Otras veces nos acercan al mainstream y a las masas. O eso creía yo. Esta vez nos atrevemos con el nuevo disco de Red Hot Chili Peppers, apenas un mes después de su lanzamiento.
Con un estilo mucho más maduro y sereno, «The Getaway» se convierte en una escapada a esos RHCP a los que todo el mundo, sea conocedor de ellos o no, estamos acostumbrados. Y voy a ser sincero, como siempre; los californianos siempre han ocupado un lugar privilegiado en mi lista mental de músicos por descubrir, ya desde que con 13 años mi hermano me regaló el EP del demencial «Dani California». Claro, es en ese momento cuando uno ya se forma una imagen clara de la banda que está escuchando.
Y todo se resume en una palabra: funk. Salimos a la calle y nos encontramos el asterístico logo por todas partes. Preguntamos por álbumes y nos contestan con canciones. Y es este el hallazgo: que los RHCP son varias bandas en una. En una primera etapa, desde su creación hasta mediados de los 90, con un funk ochentero y divagante; y la etapa del milenio, por la que es conocida por todo el mundo. ¿Pero en qué sentido es conocida? En el sentido mediático, en lo que vende, en lo que los mass media quieren que escuchemos: las dos o tres canciones de cada disco que cumplen con los estándares armónicos y rítmicos, y que tienen suficiente enganche como para eclipsar al resto de composiciones.
Con estas ideas me acercaba yo al «The Getaway«, tras haber estado varios meses convulsionado por el single «Dark Necessities«. Se había gestado un nuevo culto. Siendo el onceavo disco de estudio, la escapada, se destila como un disco muy lejano a lo que podríamos esperar de los RCHP. Un disco esencialmente de rock alternativo, con el toque funk, pop y melódicamente americano, que desprende un aire de melancolía, nostalgia y serenidad al mismo tiempo.
La canción con la que comienza y da título al álbum va desplegándose poco a poco, presentándonos en orden a Chad Smith, a la batería; Josh Klinghoffer, a las guitarras; Flea, a su característico marcar con el bajo; y a Anthony Kiedis, con su particular voz. Una canción reflexiva, autobiográfica como la mayoría de las del álbum, con muy buenos arreglos, la adición de unos coros que encajan a la perfección, ese clap preprogramado que constituyen la flor y nata del estribillo. En definitiva, una declaración de intenciones, la esencia en conjunto de lo que aún nos queda por escuchar.
El segundo tema va derramándose por los altavoces con un aura de misterio y pretensiones calurosas. Una rotura que no puede parar y aparecen la banda de Kiedis que recuerda nuestros oídos. Pero algo ha pasado; un grito, un desahogo, una frustración asumida, la dualidad más cruda de la vida. «Dark Necessities are part of my design«, una clara introspección a la vida de excesos, tan rápida y eufórica de Anthony, en cuanto a drogas y mujeres. Una canción a la que se le puede escuchar desde diferentes ángulos y que choca con nuestros pensamientos más profundos y, en ocasiones, ocultos. Quizás eso explique ese guiño melódico al tema principal de Cowboy de Medianoche. Una instrumentación, por otra parte, excelentísima, en la que destaca Josh Klinghoffer rematando la canción con esa llamarada funky y hendrixiana característica de su estilo.
Tras varios minutos de reflexión, «We Turn Red«, otra canción característica de los RCHP, asalta a nuestros oídos. La firme marcha, con Chad Smith liderando, llegando al vado de un río, donde la dominadora América del Norte se acerca a las regiones del sur, buscando la conciliación y la armonía, bajo un estribillo dominado por los sonidos acústicos, acordes menores y una guitarra cantarina que refleja en las aguas del arroyo.
La ola más larga, «The Longest Wave«, es uno de los poemas modernos más bonitos e inspiradores que he encontrado últimamente. Un inicio totalmente á là Hendrix, que nos lleva sobre unas olas musicales y majestuosas; un viaje sereno a las emociones, una declaración de amor a un amor imposible, la atracción instintiva prohibida al sexo opuesto, que nos lleva a bordo de nuestro barco por esas aguas tan mágicas y versicolores, en esta vida tan efímera. Una canción esencial y que es, sin duda, mi favorita del disco tanto en musicalidad como en profundidad.
«Goodbye Angels» vuelve a la sonoridad clásica de los californianos. Un estilo más hip-hopero y funky, que logra calentar el ambiente aun más, si cabe. Sin embargo, el cambio de estilo con las anteriores producciones a este disco es patente, ya que se nota cómo el acercamiento a sonidos más alternativos han influido fuertemente en este disco. Una instrumentación que se rompe con la puesta en escena de Flea, que prepara el escenario a Josh, quien remata la canción con un solo más característico de Muse o de Radiohead.
Llegando prácticamente al ecuador de álbum, con «Sick Love« se hacen patentes las influencias más soul, rhythm & blues y pop de la banda. Una canción con muy buen rollo, aunque con un cariz triste y melancólico, que se define con la línea «Sick Love is my modern cliché», cuya sobria aprobación viene dada por la colaboración de Elton John al piano.
«Go Robot«, una canción, ahora sí, completamente funky, con unos sonidos y una instrumentación muy disco y ochentera que encajan perfectamente con las lámparas de lava que me alumbran en esta noche.
La octava canción, «Feasting on the Flowers«, es probablemente una de los temas más tristes y hermosos del disco por lo que significa. Un soul que florece, un estribillo cuyo sintetizador y bajo nos hipnotiza; una poesía cuya pluma aguijonea nuestro corazón como le ocurrió a Anthony cuando lo escribió: «Feasting on the flowers so fast and young, it’s a light so bright that I bit my tongue«; una búsqueda a la redención por aquellos años dorados, en los que el malentendido Carpe Diem, se llevó la vida de Hillel Slovak, guitarrista original de la banda.
«Detroit» viene a ocupar el hueco rockero que aún no ha aparecido en el álbum. Una canción que carece de la consistencia del resto de temas, cuya atmósfera recargada y pesada llega incluso a agobiar, retratándonos así las historias personales de Chad Smith sobre la ciudad que le vio crecer.
Si la anterior canción intentaba empezar a animarnos, es con «This Ticonderoga» donde nuestra sangre empieza a hervir en nuestras venas. Unos ritmos fuertes y rápidos, que recuerdan a la pasión efervescente de los amantes, refrenados por la voz de la experiencia, en un estribillo que rompe con la escena y que tiene unos tintes algo circenses. Una metáfora, una antítesis a la dualidad débil y fuerte del ser humano, retratada con la imagen del Fuerte Ticonderoga y con la frase «we are all just soldiers in this battlefield of life».
Ya está atardeciendo, decidimos coger el coche y marchar por las áridas tierras californianas en pos del rayo verde, en la agonía del astro solar, y «Encore» parece dar música a la escena. Una cascada de pensamientos sobre la existencia y el porvenir, rematados por un cuarteto de cuerda que evocan la desazón cálida y nostálgica del pasado.
Llegando ya a la penúltima canción de álbum, «The Hunter«, es probablemente, junto a «Feasting on the Flowers», otra de las baladas más tristes, melancólicas y maduras del disco. Un Kiedis recompuesto, que sigue pintando imágenes autobiográficas, combinando brillantemente el famoso Sunset Marquis con el introespectivo El Viejo y el Mar de Hemmingway. Una oda a su hijo, a la frustración de no poder estar con él, al miedo de no hacer lo correcto para con él, al miedo que tiene el cazador de ser cazado. Una balada menor, cuyo piano logra canalizar las reflexiones de Kiedis.
Por último, la balada «Dreams of a Samurai« es la encargada de cerrar el álbum de una manera tal honorable que pocas veces he visto. Una indagación en la cultura japonesa para explicar la soledad y el dolor tras la pérdida de la mujer amada. Una orquestración, con un gran protagonismo del piano, la guitarra de Josh que espera el momento adecuado para lanzar el tajo certero, generan una atmósfera de sinceridad, madurez y firmeza que, a lo largo de más de 6 minutos de composición, nos deja un sabor en la boca como el de un buen vino de Burdeos.
Como últimas palabras diré que los conceptos superficialidad y profundidad tienen una gran razón de ser en nuestra sociedad, tal vez porque nos asusta uno o nuestro efímero tiempo nos acerca al otro. Lo cierto es que he descubierto una nueva banda, cuya imagen es muy distinta a lo que se esconde en sus laberintos imaginados por las musas. Unos Red Hot Chili Peppers que, a pesar de la ausencia de John Frusciante, uno de los iconos de la banda en el pasado, hacen poesía de gran nivel mucho más allá de la música a la que nos tienen acostumbrados los medios. Un disco redondo, que a pesar de las críticas de los fans más acérrimos por no cumplir las expectativas y salirse del guión, se constituye, a mi manera de ver, como uno de los discos que más van a dar de hablar este 2016 y que, sin ninguna duda, va a pasar a ser uno de mis discos de rock alternativo favoritos.
Una respuesta a “Red Hot Chili Peppers – The Getaway”