Nunca suele pasar mucho tiempo entre publicaciones que atañen a Steven Wilson en Spreading The Sound. Por una razón u otra, siempre acabo volviendo a él. Y siempre es esa misma sensación de amor/odio que me engancha hacia su música. Su arrogancia y, por otro lado, su capacidad expresiva y creativa como genio creador, son cualidades que tocan mis sentimientos y me devuelven hacia él.
Y puede ser que una de esas razones sea el hecho de que hace un año, por estas fechas, antes de emprender mi periplo personal y dejar mi casa y amigos atrás, la música de Steven Wilson es la que estaba sonando. En un momento de indefinición musical y ante tantas voces que alababan a este tal Wilson, el «In Absentia» se clavó en mi lista musical de manera perpetua, a la que continuaron otros tantos; entre ellos, «Fear of a Blank Planet«, ocupando un lugar especial, ya no en mi colección personal, sino considerándolo como una de los mejores álbumes del metal progresivo.
Porque siempre me ha ocurrido algo parecido ante la belleza musical de Steven Wilson; una sensación parecida a cuando leí «100 Años de Soledad»; la belleza ante el horror, ante la tristeza, ante la esencia miserable del ser humano. Quizás esa es una de las cualidades de la creación de Wilson, que, letra y música, reflejan las sociedades distópicas que la ciencia ficción del siglo XX dibujó y que el siglo XXI se ha encargado de hacer realidad. Sentimientos de aislamiento, disociaciones con la realidad, obsesiones, enfermedades incomprensibles, adicciones a las pastillas, alienación social por la tecnología. Un mundo, en esencia, cargado de soledad.
Y ante tal deprimente introducción, ahora sí, es tiempo de hablar del tema en cuestión. Miedo de un planeta vacío, un álbum conceptual, que se empezó a gestar hace 10 años y que salió a la venta en 2007, y que gira en torno a la novela Lunar Park, autobiografía ficticia de Bret Easton Ellis. En ella, aparece la figura de su hijo con la que experimenta y observa las vivencias de la sociedad moderna. Mientras que en el libro, el punto de vista se centra en el del padre, en el caso del álbum de Porcupine Tree se hace desde la perspectiva del hijo. Un hijo que, según Steven Wilson, es el típico niño entre 10 y 15 años cuyo único entretenimiento radica en jugar a la Play Station, escuchar al iPod, conversar con sus amigos por el móvil, viendo pornografía hardcore en internet, descargando música, películas, noticias, violencia…».
«Fear of a Blank Planet» comienza con la conexión al servidor y una risotada emitida desde el Hades: conexión con la «realidad». Unos arpegios que generan una atmósfera inquietante con un in crescendo que introduce a la banda poco a poco. Wilson nos describe el día a día de este chiquillo. Con un sonido potente y brutal que nos zarandea constantemente, como la persona desesperada que acude al psicólogo y vomita toda su destructiva existencia. Un desorden bipolar que acaba con la atenuación del ego, que vuelve a ser atacado tras el segundo estribillo, con un segundo in crescendo, cuya interpretación a la batería y la posterior metralla de riffs nos recuerdan al Dream Theater más contundente. Una evolución que se completa con la muerte en vida del protagonista. Un estanque de pensamientos, de represión y autoafirmación; un cambio de sonoridad que llaman a la contemplación, cuyos sonidos se funden con el siguiente tema.
«My Ashes«, un grito desde la tumba a esa libertad perdida. Un inicio acústico bajo unos sonidos cautivadores de los sintetizadores de Robert Barbieri. Una magia nostálgica que nos encoge el alma y que eleva nuestras emociones ante la impávida llamada de la muerte y la tristeza de una juventud abandonada. Una balada que pasará a la eternidad, tanto por su musicalidad como por la sabiduría que hay en ella.
Tras este vislumbramiento de la verdadera realidad, volvemos a nuestra cárcel personal con «Anesthesize«. Un tema que va creciendo como un verdadero monstruo, poco a poco, en la parte más inconsciente de nuestro ser, cuya música, llena de arreglos, y sonoridades inesperadas, como las campanitas que acompañan la primera parte, preparándola hacia ese estribillo que acaba explotando en una atmósfera agobiante que acaba rematada por el apocalíptico solo de Alex Lifeson de Rush, que a mi parecer, constituye uno de los mejores pasajes del metal progresivo moderno. Un juego que atenaza nuestros oídos a partir del minuto 04:57 saltando de un altavoz al otro, cuyo riff es usado también en «What Happens Now» del EP «Nil Recurring»; un pequeño descanso a la reflexión, donde la batería de Gavin Harrison parece llevar cierta lucidez a la situación. Aunque el espejo de la realidad vuelve a romperse, y la oscuridad del siguiente pasaje nos asalta de nuevo. Una cantidad de altos y bajos, con unos estribillos pegadizos, con una sonoridad posterior que recuerda a Depeche Mode. Una explosión sónica ocurre hacia el minuto 11:05, para volvernos de nuevo al tema; uno de esos ejemplos en los que quien no tiene una sensibilidad entrenada vería sólo ruido y en los que ya llevamos unos años escuchando una amplia gama de música, entendemos que no son estéticos ni bellos; que cumplen una función, una imagen de la tortura mental a la que estamos asistiendo por la poesía de Wilson. Tras ello, un final de balada exquisito y muy delicado, una mirada a las olas del mar sin saber entender el significado de todo ello. Una desconexión con la unicidad, una vida sensorial lejana del espíritu: una lágrima por aquella persona enterrada en vida. Casi 18 minutos de canción que se hacen difíciles de describir, sin embargo, «Anesthesize» creo que es una de las composiciones modernas progresivas más profundas que he escuchado recientemente y es por eso que es una de las obras por las que más admiro al maestro Wilson.
«Sentimental» nos saca de ese estado reflexivo en el que nos encontramos y nos lleva por otro viaje sonoro y de imágenes. Una melodía menor tocada en piano que va creciendo con el exquisito aporte de Gavin Harris en la batería. Otra de esas baladas que, sin quererlo, nos vuelve a llevar a mirar por la ventana, fijándonos en las luces de la ciudad que duerme. Un tono en cierta manera apocalíptico y atmosférico, al que la aportación de distorsión hacia el final, consigue cerrar el dramático círculo de la pieza que recuerda vagamente a «Trains». Un tema al que recomendaría a cualquiera que quisiera conocer de qué trata Porcupine Tree, cuya canción hermana se encuentra en el EP «Nil Recurring», contando con el mismo estribillo, aunque con una dirección distinta a la de este tema.
Y por si fuera poco ahora nos acercamos a «Way Out of Here» la cual posiblemente sea una de las canciones más dramáticas y dolorosas de este álbum, que fue lanzada como único single. Y es que una de las tantas consideraciones a las que se le atribuye al concepto de arte es la de contexto, la de saber qué se esconde tras los enigmas del autor, para comprender mejor su mundo mental y conectar nuestras emociones de una manera más profunda. Y esto se hace realidad cuando sabemos que a quien Wilson dedicó esta canción no la pudo disfrutar; un tributo, un homenaje a Arielle Danies, que fundó el MySpace de la banda, y que aparentemente saltó a las vías del tren cuando éste pasaba. Mientras la primera parte refleja el duelo ante la muerte, la segunda parte, mucho más heavy, refleja el sentimiento de impotencia y de desesperación ante la fallecida. Una canción que no siempre se me hace fácil de escuchar, tanto por su contenido lírico como por el musical, o quizás por esos soundscapes de Robert Fripp, ya que siempre logra cambiarme en cierta manera el humor y mi estado mental en ese momento.
Y por último, «Sleep Together», uno de los temas más rockeros y a su vez bajo control del álbum. Un sentimiento de alejamiento existencial, una subida de adrenalina a base de pastillas y drogas a los que los violines van sugiriendo el peligro de tales acciones. Una canción que refleja la culpa subconsciente de quién sabe que no está haciendo algo correctamente. Unos violines, que junto al bajo electrizante y el contrapunto continuo del teclado con wah wah, que encajan a la perfección y cuya escalofriante atmósfera, cuya niebla va cerniéndose por nuestra mente, acaba por estallar en un torbellino diabólico hacia el minuto 06:20. Una de las maneras más terribles y espectaculares de darle el broche final a un álbum.
«Fear of a Blank Planet» es un álbum verdaderamente lúcido, a pesar de su oscura temática, que encarna aquel ideal de los genios de los 70’s: comunicar ideas, conocimiento, conmover y hacer al oyente partícipe de una escucha activa. Es por eso que todas las canciones del álbum están conectadas entre ellas, dando la forma de una canción grande. Además, como reflexión personal, es interesante pensar en cómo la sonoridad del álbum en conjunto, lejana ya de esa pureza y sensibilidad estética original en el inicio del género (aunque es innegable la gran influencia de King Crimson), está influida por todos esos temas a los que Steven Wilson dirige nuestros oídos. La sociedad ha cambiado y, por ende la cultura. El culto dionisíaco ha eclipsado al apolíneo, en palabras de Nietszche, cuya falta de moralidad y esquemas habrían degenerado en el infrahombre. ¿Deberíamos, pues, criticar el arte actual, y en concreto la música, desde el mismo punto de vista, como resultado de esa alienación personal y cultural? Quizás, quién sabe.