Esta semana estamos de enhorabuena: Black Country Communion vuelven a reunirse después de más de 5 años para sacar adelante su cuarto álbum de estudio y, posiblemente, hacer una nueva gira mundial. Para los que no sepan de qué trata este supergrupo tan sólo hay que imaginarse qué podría salir de la mezcla de Glenn Hughes (Deep Purple, Black Sabbath), Joe Bonamassa, Jason Bonham (el hijo de John Bonham) y Derek Sherinian (Dream Theater). O dicho de otra manera, cómo sonarían Deep Purple o Led Zeppelin si se hubieran originado en el nuevo milenio, recogiendo los vendavales de todas las tormentas musicales que sucedieron después de los originales.
Y además, es una noticia totalmente inesperada que nos sorprende a todos, después de la súbita disolución de la banda en 2012, tras grabar «Afterglow». Un conflicto de egos que tarde o temprano iba a estallar y que iba a tener como cabeza de turco a un Joe Bonamassa, cuyo paso por la banda era el de indagar y explorar otros géneros musicales ciertamente ajenos a su sonido blues más personal. Una vez satisfecho su capricho, Bonamassa volvió a dedicarse a su carrera en solitario y a otros proyectos como Rock Candy Funk Party o Bett Hart, dejando de lado a Hughes y compañía. Y aunque siempre he sido un ferviente seguidor de Smokin’ Joe, siempre he sabido que el dragón de su ego le precedía en cualquier momento, de ahí a que muchas veces el sonido de Black Country Communion virara, incluso antagónicamente, hacia un blues que chocaba diametralmente con la esencia de la banda.
Sin embargo, fueron capaces de crear unos sonidos clásicos pero innovadores a partes iguales que, en mi caso, rompieron totalmente mis esquemas hace unos cuatro o cinco años. Y es que hablar de Black Country es como abrir una caja de pandora emocional, de recuerdos y sensaciones, de pasiones y guitarras, de un pasado glorioso, donde la figura de Bonamassa representaba un icono para mí e incluso para mi antiguo grupo. Y es porque Black Country Communion tenía tiene todo aquello que yo quería conseguir para mi formación: la esencia hard-rockera emergente de principios de los 70 de grupos como Led Zeppelin, Deep Purple, Free o Black Sabbath, vástagos de la psicodelía hendrixiana y beatleoide, con pequeñas centellas progresivas y heavies, además de sonidos totalmente modernos cercanos a Black Crowes, Audioslave o, incluso, a Radiohead.
Y de entre muchísimas canciones, he decidido incluir la de «The Outsider« para esta semana. ¿Por qué? Pues porque la tocábamos en nuestra banda y estábamos obsesionados con ella. Precisamente porque es la que describe perfectamente lo dicho en el anterior párrafo. Un riff rápido y cañero, un estribillo que te pone en guardia, casi a manera de mantra, y con una parte instrumental exquisita entre Joe Bonamassa y Derek Sherinian, pregunta y respuesta, cuyo clímax es una alegoría innegable a «Burn» (la archiconocidísima canción de Deep Purple en la era de Gleen Hughes y David Coverdale, que también tocaban en sus conciertos). Por eso estamos de enhorabuena los seguidores del rock clásico, porque a superbandas como Chickenfoot o The Winery Dogs, se les suma de nuevo la titánica banda liderada por el veterano, pero increíblemente joven, Glenn Hughes.