Esta es la reseña de un disco pésimo y aburrido, cuyo título es «Savage Sinusoid«, del mediocre y corriente artista Igorrr. Igorrr, como artista corriente que es, se dedica a hacer lo que todo artista corriente hace, música corriente –primera falacia perruna–. Incluso su corriente estilística es increíblemente corriente. Es corriente que alguien tan corriente no llegue a entusiasmar a sus fans, sino a dejarlos en la indiferencia más corriente, y así ha sido –segunda falacia perruna–. Ninguna sorpresa en su nuevo disco –tercera falacia perruna–, nada que reseñar, simplemente hay que estar al corriente de las novedades aunque sean malas y, en consecuencia, poneros al corriente de ellas. Nada más que añadir, se levanta la sesión. Ups, perdón, mi perro imaginario estaba toqueteando el teclado y ha escrito fortuitamente el párrafo anterior. Me da palo borrarlo, así que pondré unas anotaciones arriba y lo arreglaré en el siguiente.
Esta es una reseña de un disco magnífico y divertido, cuyo título es «Savage Sinusoid», del excelente artista Igorrr. Bueno, no quiero repetir todo el párrafo, así que imaginaos que todo lo anterior son ficticias falacias perrunas, coged un diccionario de antónimos y dadle la vuelta a todo… no es lo que he hecho yo. Permitidme introducir al, según mi perro, infame artista Igorrr. Su nombre real es Gautier Serre, pero ya sabéis, nadie quiere que se le conozca por su nombre. Hasta ahí su vida personal, que no nos interesa. Respecto a su vida laboral, el tipo de marras por lo visto pensó que hacer música corriente no era lo que a él le correspondía. También pensó que hacer siempre lo mismo era la muerte, de modo que diversificó su música hasta límites ilimitados, rompiendo cualquier tipo de esquema que uno tenga en mente, creando lo que a cualquier amante del Avant-Garde moderno le haría la boca agua: cosas raras con un mínimo de sentido flotando por ahí en el aire. Lo siento Arcturus, os habéis quedado anticuados, ya no sois más que black metal pelado.
Y érase que se era, y que se es, que en este nuestro querido y actual 2017 ha sacado su cuarto LP como Igorrr, –si no contamos sus otras bandas, Whourkr y Corpo-Mente–. Y el resultado ha sido, como siempre, excepcional. Y lo que a algunos le parecerá una basura sin sentido alguno, para algún otro sí tendrá algún sentido, vete tú a saber cual, pero oye, que quizá les parecerá una maravillosa deconstrucción musical, otra arriesgada propuesta del francés. Y de qué va todo esto, os preguntaréis, ya que prácticamente no he dicho nada todavía. Pues en este caso Igorrr crea su habitual batiburrillo de estilos musicales, dando forma a una criatura distinta pero a la vez similar a lo hecho anteriormente. ¿En qué es similar? En que cuando el caos se desata, más te vale estar agarrado, y se desata a menudo. ¿En qué es diferente? En que es su disco más metalero, centrándose el anterior «Hallelujah» en elementos de la música clásica y los anteriores con un toque más breakcore –he aprendido esa palabra con este señor–. ¿Es este endurecimiento bueno? Solo diré que el Hallelujah no lo superan ni mil monos tocando mil pianos intentando componer la canción perfecta. A partir de ahí, si uno es más metalero, que barra “pa” casa, a mí me da igual.
En otro orden de cosas –que no es que las cosas estén en desorden (aunque en la cabeza de Igorrr sí que lo estén)–, “Viande” exordia con sorpresa, en tu cara. ¿Por qué componer una dulce melodía cuando un grito de cochino lo puede resolver todo? Los riffs que acometen a continuación, acompañados por un rapeo –o lo que sea eso–, te da una muestra de que el álbum va a combinar metal y potencia por igual. “Ieud”, single sin compromiso, comienza con esa melodía de clavecín que recuerdan a su anterior «Hallelujah», lo cual se reviste después de la brutalidad más pura apenas unos momentos más tarde con los gritos de Laurent y la batería de Sylvain, contrarrestada igualmente por el magnífico canto de Laure, que se contrarresta a sí mismo con algún grito que mete por ahí estilo loca de los prados. La electrónica también juega un papel imponente, ayudando como puede a cohesionar todo el desbarajuste. El horizonte se perfila proceloso, con una cantidad de pegotes que ni el helado de chocolate, si bien dichos pegotes dejan pasar el sol en gran cantidad, y a su vez hacen ver que ni yo mismo entiendo mis metáforas.
“Houmus” es una magnífica pieza de black-folk… no me miréis así, que lo del black-folk no es nuevo ni mucho menos, claro que aquí se lleva al límite. Ya lo dice el refrán: blast-beat y acordeón, mola mogollón. El cambio final con filtro de videojuego en 8-bit es solo la guinda de un pastel bien dulzote. Y para los fans más atentos, prestad atención al “clink” de microondas a mitad del tema, bonita referencia electrodoméstica al ruido de aspirador en “Absolute Psalm” de su anterior álbum. A todo esto, se me había olvidado comentar algo, pero como modificar los parrafazos es un tostón, meto aquí un inciso tope profesional: la batería electrónica, que aparecía a capazos en otros álbumes del francés, son aquí casi una rara avis, y la verdad es que no encuentro la batería “real” tan bien utilizada como la electrónica, como puede notarse en algunos blast-beats que parecen muy forzados. Fin del inciso. Y “Opus Brain”, pues muy chula y tal, combinando partes más blackers con otras más operísticas –todo ello bastante cohesionado, y eso sí que es una sorpresa–, destacando esta vez las partes blackers, con ritmos y riffs del infierno. Del infierno avant-garde, que mola más.
«Hola, soy “Spaguetti Forever”, y marco el ecuador del álbum. Antes que yo va otra canción, pero el redactor se ha empeñado en meterme aquí para hacerse el listo y dar al texto una pobre y falsa sensación de caos. Para sensación de caos la mía, porque ni yo misma sé lo que pasa dentro de mí. Eso sí, como me gusta un montón Bach, pues he hecho una intro y una outro muy bonitas de él a guitarra de una partita para laúd, que la verdad quedan muy bien y muestran lo original que soy. Chao». El siguiente/anterior tema, ya pasando el/acercándonos al ecuador, es un inciso más agradable que el que he hecho yo antes, un remanso de paz, un descanso de lo que hemos visto anteriormente, salvo quizás de la locura, pues si bien la pieza consta de piano, voz y batería electrónica, su nombre, “Problème d’émotion”, es realmente descriptivo. Deliciosa, refrescante, su sabor no te dejará indiferente. ¡Pruébala en tu reproductor más cercano!
Si alguna vez viajo a Francia, daría mi dedo –alguno que no use mucho– porque sonara esto por la calle. Me refiero a “Cheval” y su alocado acordeón, sus maléficos rugidos y su curiosa mezcla instrumental, que no pueden sino romper todos los estereotipos para mostrarte una torre Eiffel rompiéndose a pedazos, convirtiéndose en miles de quesos en su caída y aplastando a cientos de baguettes inocentes. Y “apoap”… “appooopatohpa”… “tupatupatupa“… “Apopathodiaphulatophobia” o algo por el estilo –los pros no usan copia y pega–, nos da lo que promete… no sé exactamente qué promete, pero seguro que lo da. Mucho metal extremo, por lo visto.
Nos acercamos al triángulo, a la triada, al triplete, al trípode final. “Va Te Foutre” solo tiene de gracioso el insulto, porque el tema es un tostón bastante intenso, básicamente un challenge de esos para averiguar cuántos blast-beats se pueden meter en dos minutos. “Robert” levanta un poco o mucho el listón, dependiendo de la perspectiva. Un experimento electrónico, el breakcore característico de Igorrr vuelve a las andadas, y la verdad es que uno no sabe muy bien qué pensar del resultado, si es bueno, malo, si tiene algún sentido, si forma parte de un complot para dominar el mundo o si todo es una invención formada en tu mente trastornada tras un accidente. Elegid la opción que más os guste. Y “Au Revoir”… pues nos dice adiós. Gran chiste, diez de diez. Tan preciosa y oscura como “Problème d’émotion”, pero sin la opresividad de esta última y con pasajes fantásticos, como el momento en que se armonizan los coros. Un deleite, cuya única tara es la parte black de la segunda mitad… en serio, eran ganas de cagarla. Pero nada, paradla antes del último pegote y ya tenéis el cierre perfecto a un gran disco, no hay nada irremediable.
Y este es el final de una reseña de un disco pésimo y aburrido, cuyo título es «Savage Sinusoid». He de decir que me he aburrido tanto escuchándolo como escribiendo estas palabras, palabras que, como pueden figurarse por mi plomizo estilo, contienen una indiferencia absoluta hacia el objeto reseñado. «Jolines, –dijo el adormecido crítico, dada su inerte escucha en busca de algo potable que rascar–, ni una solo pizca de magia, ni una maravilla que excavar de esta homogénea masa sonora, esta soporífera ciénaga estanca de notas alienantes». Perdón, otra vez el perro. ¡Zape!, vuélvete a mi subconsciente, mañana te sacaré a pasear. ¡Y tráeme las zapatillas!