Tengo una semana antes de cerrar el año fiscal, y mi ritmo reseñil es de un párrafo cada dos semanas, así que voy mal. No obstante, no puedo despedir este año sin escribir sobre el último álbum de Diablo Swing Orquestra. O sí, ya os he dicho que mi ritmo no es muy bueno. De todas formas, como no sé siquiera si esto saldrá a la luz, diré algo… pedo. No me entendáis mal, a mi me importa un comino que se acabe el año, pero quiero que DSO llegue antes de enero, por si el efecto 2000 tiene efecto retardado o los delfines toman el poder y esas cosas. Así que vamos a hacer algo, por una vez voy a dejarme de reflexiones metafísicas sobre la edad del universo o lo mucho que molan las cosas en general y vamos a pasar rápidamente a la reseña. Vamos a evitar el relleno tonto, los chistes malos y los sinsentidos, ¿vale? Y que conste que lo que estoy escribiendo ahora podría considerarse relleno, pero seamos benevolentes.
Diablo Swing Orquestra ha sido una de mis bandas preferidas –y supongo que sigue siéndolo porque nada ha cambiado (o sea, han cambiado cosas, pero nada tan determinante)– desde que empezó a gustarme ese género que básicamente engloba todo lo que no se puede meter en otro, llamado avant-garde. Pero el género avant-garde no implica simplemente cosas raras porque sí, sino que la calidad ha de ser siempre el objetivo a alcanzar. Si fuese mierda no lo llamaríamos avant-garde, lo llamaríamos mierda-garde, o meta-mierda. De modo que podemos destacar dos cosas de la banda. Uno: no es mierda. Dos: es avant-garde. Bien, creo que estoy consiguiendo un escrito coherente y fluido.
El título, sí, a eso iba. Pacifisticuffs. Pues sí, el título también tenía que ser raro. Hay que ser trve-garde hasta el final. Vale. ¿Más preguntas? Sí, tú, el tontol’haba ese. ¿Qué? ¿Sensaciones generales? Pues la verdad es que me ha decepcionado bastante… quién iba a decir que iba a empezar con las decepciones del año en diciembre. Y no es por la nueva cantante, Kristin, que quizá sí, porque Annlouice, la cantante operística que se despidió del grupo en el 2014 era quien añadía el mayor toque teatral-místico-mágico al sonido de DSO. Y no es por la producción… que quizá sí, porque la verdad es que entre tantísimos instrumentos cuesta distinguir las guitarras y al sonido en general le falta carisma, lo cual es una blasfemia teniendo en cuenta el brillante sonido que sacaron en el anterior Pandora’s Piñata, sobre todo a los parches, o la prístina oscuridad del primer The Butcher’s Ballroom. Y no es por la absurda disposición de las canciones a lo largo del disco… que igual sí, pero dejémonos de anáforas que ya el párrafo se me escapa hacia el infinito.
La portada… qué decir de ella. Primero tuvimos la elegante y tenebrosa portada del Butcher’s Ballroom, luego esa tan horripilante del Sing Along Songs…, luego aquella divertida y colorida del Pandora’s Piñata, y ahora… esto. Ay madre, terrible. Vayamos mejor a la primera canción, “Knucklehugs (Arm Yourself With Love)” que, para qué engañarnos, es igualmente terrible, teniendo en cuenta el nivel al que nos tienen acostumbrados. Un single rapidísimo de un par de minutos con algún que otro cambio de ritmo interesante y un momento country pegado con super glue. Como añadido, la nueva vocalista se nos presenta con una voz a lo Spice Girls que da bastante grima –pero no hay que adelantar acontecimientos, que esto solo es un experimento–. El resultado es un pegote con menos sentido que fregar el suelo con mierda.
No os alarméis, porque “The Age of Vulture Culture” nos trae esas cuerdas que tanto añorábamos en una intro deliciosa, y justo después empieza la juerga. El trombón de Hedin y la trompeta de Isaksson empiezan a sonar a lo “Guerrilla Laments” junto a la batería de Norbäck –también estrenándose en la banda– en una suerte ¿ska meets mariachi? En fin, yo ya ni me lo cuestiono. La cantante, gracias a los dioses, resulta que no tiene una voz tan horrible. No está a la altura de Annlouice, pero no se defiende mal. De hecho, me gusta, y le pega a lo que han compuesto, así que no problemo. “Superhero Jaganath” es el tema en el que Kristin acaba por soltarse y darlo todo, con múltiples cambios de estilo y complementándose de frutísima madre con con el guitarrista y cantante Håkansson.
Tras un interludio que no merece ni ser mencionado, pero que hace elevar el número de canciones en uno, llegan “Lady Clandestine Chainbreaker”, donde el bajo de Johansson se lleva el protagonismo en un baile de jazz, humo y cine negro, y “Jigsaw Hustle”, single del 2014 regrabado para la ocasión, que básicamente certifica a DSO como “raritos de cojones”. Las cuerdas y el ritmo dan un rollo discotequero que sirve de base para que Kristin se explaye a conciencia y sumerja en una mezcla de instrumentos que parece no tener fondo. Si bien está a bastante distancia de muchas otras de sus canciones, no deja de ser disfrutable.
“Pulse of the Incipient” es un interludio totalmente amusical. Lo siento, pero he de ponerme serio en este momento. Ya contábamos uno antes, este es el segundo, pero es que aún viene otro más, excluyendo la outro. Y es que este habría sido un gran disco que se ha quedado solo en bueno si –aparte de algún que otro error– no hubiésemos tenido semejante desbarajuste en la estructura, donde a un interludio le sigue una canción lenta, o un medio tiempo, para dos temas después repetir. Porque el cambio hacia el jazz en el sonido de la banda para obviamente adaptarse a su nueva cantante es algo fantástico. El cambio, sea para bien o para mal, es algo inherente a un grupo, pero en este punto han patinado sin control. Total que “Ode to the Innocent” ni siquiera intenta despertarnos del sopor, porque esas cuerdas y la vocalista parecen querer mantenernos en estado de coma hasta tiempos mejores. Ah, espera, que es la balada. Bueno, sé que las comparaciones son odiosas, pero voy a hacerlo, porque con la balada que se sacaron en el Butcher’s Ballroom, “D’angelo”, no comparar es imposible. Porque siempre echas el oído atrás y dices: “me apuesto las dos nalgas a que no superan esto”. Y efectivamente, pero soñar es gratis.
“Interruption” no es una interrupción, es un tema completo –y es de agradecer– donde las guitarras suenan algo más potentes y se recupera algo de ese metal perdido, al menos en la introducción. El tema cambia a una sección de jazz muy interesante cuando introduce el piano y la voz, pero desemboca en un estribillo con menos chicha que un pollo calcinado. Le sigue una sección de viento en un revoltijo indescifrable, y paro de contar. En definitiva, partes bonitas y que funcionan junto a otras partes pegote. “Cul-De-Sac-Semantics” en cambio sí es un interludio. No el interludio que este álbum merece, ni el que necesita, pero sí el que hay, así que como aún nos queda otro al final del álbum voy a pasar de este olímpicamente. Básicamente es la introducción instrumental a la siguiente canción, “Karma Bonfire”, nada menos que el tema swing del álbum, ese tema que nos ha ido encandilando en todos los álbumes de DSO, al estilo de “Balrog Boogie”, “A Tap Dancer’s Dilemma” o “Voodoo Mon Amour”, y que esta vez no ha sido menos. Pegadizo, bailable –con el alma y con el cuerpo– y con la inestimable marca de la banda rezumando en cada poro. Así sí, la verdadera joya de la corona, el motivo por el que empecé a escuchar a esta banda.
El último punto fuerte antes de acabar es “Climbing the Eyewall”, que actúa casi a modo de despedida, con unas cuerdas omnipresentes que esta vez entregan un ambiente ominoso, casi tétrico, y en el que nada se deja al azar, todo se adhiere para formar una gran canción, de nuevo realzando la voz, que en el estribillo –pura perfección– se complementa mágicamente con unos coros igualmente perfectos, dando paso a una sección riffera que es lo que a mí me habría gustado ver durante todo el álbum, jazz, swing y metal de la mano. Pero lo que habría sido un gran cierre acaba siendo la última decepción de la tarde: “Porch of Perception”, una outro de bluegrass/country que no tiene ninguna razón de ser. Definición de paradoja: que una canción que no tenga sentido en un disco que se basa en el cambio de estilos y la variedad, realmente no tiene sentido. Así no se acaba un disco, por el amor del dedo pulgar de la mano de mi vecino manco.
“En definitiva” es una locución adverbial que nunca me ha caído muy bien, y me produce una rabia tremenda tener que empezar siempre el último párrafo con “en definitiva”. En definitiva, este año DSO no han conseguido estar totalmente a la altura de las expectativas de sus fans, o de mis expectativas, que igual soy el único que piensa así, pero sí que nos han dejado unas cuantas canciones para el recuerdo, demostrando que no dependían únicamente de su soprano y consolidando a sus últimas adquisiciones, cuyo trabajo ha sido tremendo. ¡Conseguido! El año que viene, más y mejor, y al próximo, todavía más y mejor, hasta que el nivel de calidad exceda tal límite que la reseña supere en calidad al disco reseñado y esta se ponga autónomamente a crear música, tan buena que exceda a la propia reseña de ella misma, y así, al tejido del universo. Nos vemos ese año.
Muy buena review! Aunque no esté de acuerdo en algunas partes te lo has currado. Saludos