Dígannos, por 345 pesetas, nombres de álbumes de estudio de Magnum, por ejemplo: Kingdom of Madness. Un, dos, tres, responda otra vez. Magnum II. Chase the Dragon. The Eleventh Hour. On a Storyteller’s Night. Vigilante. Wings of Heaven. Goodnight L.A. Sleepwalking. Keeping the Nite Light Burning. Rock Art. Breath of Life. Brand New Morning. Princess Alice and the Broken Arrow. Into the Valley of the Moonking. The Visitation. On the 13th Day. Escape from the Shadow Garden. Sacred Blood Divine Lies. Gracias, wikipedia, creemos en ti sobre todas las cosas.
Hace unos años, con mi raciocinio nublado por la maravillosa epopeya que fue aquel primer disco que escuché de la banda, On a Storyteller’s Night, emprendí la espinosa tarea de escuchar toda la discografía de Magnum. Poco a poco empecé a comprender que no era una senda tan larga, ya que la pendiente era soportable, y pocos o ningún bache había en el camino. Para resumir –y sé que podría haber hecho esto desde el principio–, que en la discografía de Magnum hay pocas manchas, y todos sus álbumes cuentan con cierta magia y clase que los impregna desde el comienzo de su recorrido. Ahora toca enfrentarnos con su última placa, Lost on the Road to Eternity (2018), y echando la vista atrás, no creo que suponga un problema. Ah sí, y ahí van los datos esos que se suelen dar antes de empezar: Magnum es una banda formada en los setenta que ha tocado diferentes estilos como el hard rock, folk o rock progresivo. ¿Enterados?
Entran los ingleses con “Peaches and Cream”, un tema de hard rock/aor tan meloso como su nombre indica, en el que aparte comprobar que la voz de Catley está como siempre en un gran estado (y desde principios de los setenta, ojito), vemos que Rick Benton y Lee Morris, las nuevas incorporaciones a los teclados y la batería respectivamente, se hacen notar. “Show Me Your Hands” es lo mejor que nos podríamos esperar. Un comienzo a piano nos marca el comienzo de una melodía preciosa, unas armonías hiladas con buen tino y un estribillo coreable y tan distinguido como el más elegante caballero inglés. Para acabar, ese interludio algo “selvático” hacia el solo no hace sino aumentar las ganas de ver lo que viene a continuación.
Y a continuación viene –joer que bien hilo los párrafos– “Storm Baby”. La primera vez que vi el nombre me recordó a “Hijo de la Luna”, pero nada, cosas mías. El tema entra a modo de balada, pero es la tercera canción, y los axiomas –los que me dan la gana a mí– dictan que nunca se mete una balada al principio del disco. En definitiva, no es una balada, sino un medio tiempo, que es lo que mejor sabe hacer Magnum, y el resultado habla por si solo. Melancolía y potencia, una gran dupla. En “Welcome to the Cosmic Cabaret” básicamente se sacan toda la magia y echan un buen chorro encima de nuestras caras, y es que si ya por el título me habían ganado, sus proporciones de epopeya de desarrollo lento con tintes prog, sus sintetizadores místicos, su atmósfera evocadora o sus partes instrumentales colosales y muy bien construidas la hacen el dulce más dulce de la bolsita de dulces.
La verdad es que ha habido algún momento que me ha sonado a Avantasia, de modo que me lo veía venir un poco, porque el tema homónimo nos trae ni más ni menos que a Tobias Sammet, con una canción más sinfónica y pomposa, aunque sin pasarse de la ralla. Buena colaboración salvo unos “eooo” un tanto garrulos y fuera de lugar que más parecen una llamada de apareamiento de algún animal en celo. De todas formas, se nota que Sammet sabe devolver los favores –recordemos que Bob Catley participó en el último álbum de Avantasia–. “Without Love” empieza con el bajo y la batería a tope con un ritmo mueve-pies prometedor y acaba desarrollándose un sonido rollo rock de estadio, con coros “wooo” y líneas vocales simplonas. Un tema sin duda para los conciertos, pero que a mí no me dice mucho. Además, con el tono oscuro que iba cogiendo el álbum poco a poco, esto es un poco cortarrollos.
“Tell Me What You’ve Got to Say” es un trabalenguas: intentad decirlo cinco veces seguidas sin fallar. En el aspecto musical, que es el que importa, no mis gilipolleces, tiene un sonido aor que recuerda a discos bastante pretéritos, aunque un poco sosete. Parece que en el comienzo de la segunda parte del disco han perdido un poco de fuelle. “Ya Wanna Be Someone” viene por el mismo camino, con unas líneas vocales totalmente reconocibles como marca de la casa, así como el estribillo, pero de nuevo vuelven a pecar de esos “oh yeahs” que a mí la verdad me caen peor que mi profe de mates del instituto. Maldito bastardo.
“Forbidden Masquerade” se rodea de nuevo de un piano y un sinte que procuran una atmósfera oscura y misteriosa para romper en un estribillo fuertote a pesar de la omnipresencia del piano, y en el que Catley hace uso de su voz más rasgada, que en mi opinión, queda de lujo. Por último, “Glory to Ashes” y “King of the World” hacen el papel de grand finale-medio-tempero-épico, aunque me parece que deberían haber elegido una de las dos para cerrar el álbum y haber hecho la otra algo más movidita –preferiblemente “Glory to Ashes”, que parece un medio tiempo a cámara lenta–, porque uno ya al final se encuentra esto y se le funden un poco los plomos. Pero, ey, quien soy yo para decir que deben hacer, y que estos al hacerlo lo hagan bien y que lo que yo había dicho que debían hacer haya sido lo que debiera ser. ¿No?
Bien pareciera que, dados los precedentes que imperan por Spreading, mi cerebro hiperbólico tienda a exagerar sin rubor cualquier cosa que llegue a sus neuronas, pero en este caso no ha sido así. El último álbum de Magnum me ha dado frío y calor a partes iguales, e igual he disfrutado de varias canciones que me he empezado a saltar algunas de ellas al volvérmelo a escuchar. ¿Significa esto que están en decadencia? No, porque siguen conservando esa elegancia en sus composiciones, armonías y melodías, e incluso en ocasiones ese toque de aeda que siempre les ha caracterizado. Y conservar algo durante más de cuarenta y cinco y ser capaz de seguir sacando temazos a la altura es tener los arrestos jodidamente altos. ¡Muy altos, te digo!