“The Mission” es una introducción instrumental orquestal, porque una introducción instrumental orquestal no es algo manido, ni mucho menos. Lo he dicho ya miles de veces, lo bueno, si cien mil millones de veces, dos veces bueno. No es mucho más bueno, pero algo de bueno es algo. En fin, comprenderéis con mi infinita ironía y mi vago y deshilachado discurso que no me hace mucha gracia lo de la intro esa, porque uno al final también acaba cansándose con esas cosas. Que no está mal, eh, ni mucho menos, muy épico y tal, pero vamos, un poquito de originalidad. Y lo mismo digo de la siguiente “Phantom Divine (Shadow Empire)”, medio tiempo que básicamente recuerda a una mezclita rica de todo lo que han hecho hasta ahora, salvando la colaboración de la desconocida Lauren Hart (Once Human) con alguna voz limpia y gutural a cuya trivial colaboración se le podía haber sacado mucho más jugo. Ya hacia el final llegan a convencerme con esos “I am the Empire” que dan un arrebato de fuerza imponente. Nada nuevo, pero sí bueno, y es que al ver la portada –la misma que las de los últimos dos o tres discos, con chica de negro sobre fondo azulado, con algún que otro retoque digital de claroscuro, todo un Caravaggio el artista, habrase visto– ya podíamos predecir cómo iba a ir la cosa.
Como estoy muy hater estos días, vamos a darle una oportunidad a “RavenLight”, que destaca, sobre todo –y como siempre–, por la combinación de partes calmadas de medio tiempo con partes duras pero a la vez melódicas, con un riff con personalidad, un estribillo pulido hasta el extremo y en general con muy buen hacer. Luego llega el duelo de solos teclado-guitarra, estribillo cambiando un poco y acelerando la base rítmica y fuera, que tenemos prisa. “Amnesiac” por su parte nos trae algo de aire fresco con una introducción medio electrónica que pronto nos lanza a Tommy a recitar su dulce cantinela, acompañado de alguna voz robótica y un estribillo con ese ¡amnesia!, carne de cañón para corear en directos. Mira que es fácil adivinar los temas “concierteros”. Tema simplón que aporta bien poco al conjunto.
Perdonad por ese inicio tan raro, debo haber traspapelado alguna hoja del Word. Fíjate, quién iba a imaginar que eso podía ocurrir. De todas formas, como editar un documento de Word es algo reconocidamente complicado, y en favor de comenzar la reseña de forma creativa, voy a dejar los primeros párrafos como están. Dicho esto, y todo dispuesto, aunque un poco tarde, vamos con la introducción.
Uf, qué pereza, venga va. Kamelot empezaron allá por los noventa haciendo un power metal tirando a sinfónico bastante cumplidor. La cosa iba flojilla, hasta que Roy Khan, que venía de hacer sus pinitos en una banda de power progresivo llamada Conception, vino, vio y venció sin pensárselo mucho. Sacaron algunos muy ricos trabajos como Epica, Karma o The Black Halo, donde, especialmente en este último, la cosa fue cambiando hacia un sonido más oscuro, refinado y sinfónico, aunque empezaron a relajarse en posteriores entregas. La llegada de Tommy Karevik poco pudo hacer por la reinvención de la banda, pero digamos que siguieron puliendo más y más su sonido. Y aquí estamos con el reciente The Shadow Theory, tercero de la era Karevik, ¿digno sucesor de la saga o humeantes cenizas del otrora esplendor? ¿Me dan ya el premio por pedante?
Tras el comienzo de libro llega “Burns to Embrace”, que entra suavecita y sinfónica, con la voz más melódica de Tommy, un pasaje folk muy bien puesto que te prepara para lo mejor, y que finalmente cumple con creces con lo que predice, melodías interesantes y un estribillo realmente sugestivo. Ahí sí… ¡ahí, sí! Lo que me sobra un poco es el coro final de niños… al fin y al cabo no es algo que no se haya hecho antes y solo sirve para repetir el estribillo un par de veces más. Sea como fuere, un punto alto en lo que llevamos de recorrido. “In Twilight Hours” comienza con Tommy recitando de nuevo al modo de los momentos más sensibles del The Great Escape de Seventh Wonder y se convierte en una balada formando un dueto con Jennifer Haben (Beyond the Black) cuya aportación es, simple y llanamente, genial. Un dueto que vale la pena repetir las veces que sea, y que convierte lo que podría haber sido una sosería en un tema fantástico y, eso sí, visto ya un millón de veces. Lo siento, qué malrollero esto último. En vez de un millón, dejémoslo en cien mil.
“Kevlar Skin” abre fuerte, entrando al ruedo unos riffs que le dan un groove interesante hasta llegar al power super clásico, nada fuera de lo que podíamos esperar. Podía haber aprovechado aquí el señor Karevik, ya que es un tema potente, para darnos algo de fuego al micro, pero nada, habremos de esperar hasta un poco más adelante. Y luego… ah, a ver, “Static”, otra balada, mediotempera, pero esta ya no se salva. Vemos que añade un sonido electrónico y sintético que ya hemos visto durante este disco, y que en mi opinión tampoco es que haga mucho bien salvo en contadas ocasiones. El tema es bonito y aburrido, nada más que decir, mantiene el nivel general de ni fu, ni fa.
Este sonido sintético es aún más flagrante en “Mindfall Remedy”, donde más que añadir, resta, siendo un estorbo para las guitarras y haciendo que suenen opacadas y que el sonido en general suena algo empastrado, del verbo empastrar, que no existe en castellano, según me acabo de enterar. Che nano, si con la de espardenyaes que pegamos los valencianos nos entienden de categoría. Aun así, hay que reconocer que el tema tiene empaque, y rodeado como está de baladas se agradece un poquito el cambio. Como decía, otra balada al canto, “Stories Unheard” comienza muy calmadita y va escalando poco a poco hasta llegar de nuevo a un estribillo marca de la casa, emotivo y refinado, que consigue convencerme con ciertas reservas, pues si bien no han arriesgado nada, nunca podría decirle que no a algo así; le han sacado tanto brillo al tema que ciega a un ciego.
Tras varios altibajos con bastantes bajos llegan los “altis”, lo mejorcito del álbum, colocándose en el podio de cabeza “Vespertine (My Crimson Bride)”, sin duda un tema que bien podría haber formado parte del The Black Halo, oscuro, elegante, misterioso y romántico, con un estribillo para que se te quede el culo en forma de equis. No me preguntes cómo puede ocurrir eso. Atentos a como el coro entra un instante antes que la voz en el segundo verso del estribillo para provocar un sutil y breve efecto de canon… detalles como esos se echaban en falta. Youngblood produce un solo que sigue la melodía del estribillo y añade algunos momentos neoclásicos de calibre.
Y como vieron que les había salido bien la jugada, se vinieron muy arriba con “The Proud and the Broken”, que es sin duda de lo mejor que han compuesto en años, un tema que recupera las melodías y los pasajes progresivos y exquisitos. Abre el piano Palotai con unos ligeros tresillos con un aura de ocultismo a los que la guitarra de Youngblood acaba por romper de cuajo. La voz de Tommy le sigue dando una oscuridad al tema muy en la onda de lo que hacía Roy Khan en la banda. De hecho, por momentos parece que lo esté escuchando a él. Por otro lado, esta vez el estribillo sí que aporta y no parece un pegote, dándole en bandeja el escenario a la voz gutural. Tras un breve momento en que vuelven las notas de piano del principio, Tommy nos da su mejor interpretación de todo el disco, conmovedora y emotiva, como solo él sabe hacer, e incluso saca por fin a relucir su voz rasgada. Para no alargarnos más, porque aún queda tema por delante, lo resumiremos en esto. Ya está, ¿qué esperabais?, no tengo metáforas para todo.
“Ministrium (Shadow Key)”, es una outro instrumental, siguiendo el rollo de la introducción “The Mission”, aunque mucho más grandilocuente y pomposa… para que se note que es el final, vaya. Llegamos así a, en mi opinión, el álbum más flojo con Karevik a las voces, quizá al nivel del primero, el Silverthorn, que quizá no me llego a agradar tanto por el contraste de la salida de Khan. Pero oye, que sí, que lo he disfrutado. No obstante, me ha dicho un pajarito que Khan ha vuelto de… de donde quiera que estuviese, y va a cantar en su antigua banda, Conception. No es que esto último aporte mucho a esta reseña, de hecho, incluso queda feo y totalmente innecesario y superfluo. Pero así soy yo, feo y superfluo, ¿y qué? Lo importante es el interior.