El segundo disco de Ellende (el primero que yo escuché), Todbringer, llegó a mi vida en un momento en el que no podía estar mejor, un momento en que me encontraba radiante de felicidad, en que la sombra parecía luz y la luna el sol. Entonces lo escuché y me entró una depresión de caballo. Evidentemente estoy creando una figura de hipérbole en tono cómico que resalta mi humor seco y mi falta de ideas para empezar una reseña. Escuchar este disco, como el coronavirus, no os provocará la muerte por suicidio a no ser que arrastréis algún problema mental previo. Ahora estoy resaltando mi humor negro.
Respecto a mi salud mental, desde entonces me encuentro mucho mejor. El médico me recetó escuchar unos cuantos discos de power metal y practicar sexo para aumentar la producción de serotonina y la actividad cerebral. La proceso habría sido más corta si hubiera tenido de lo segundo, pero la verdad es que ya me he recuperado y puedo hacer esta reseña. Sea como sea, el caso es que no es culpa del disco, sino mía, por no haberlo escuchado en un principio con la protección emocional adecuada.
El proyecto en solitario de black atmosférico del austriaco Lukas Gosch nos invita a experimentar un sinnúmero de sensaciones de principio a fin, empezando por “Am Sterbebett Der Zeit”, la cual me permite hacer una presentación sin ningún tipo de preliminares, pues condensa en una intro de un minuto con un simple piano toda la belleza presente en el disco. “Ballade Auf Den Tod” es una fúnebre marcha, un canto cuya etérea belleza hace palidecer a los muertos. Y si bien los desgarradores gritos y acordes absorben todo el color a su paso, las melodías impregnan la mente de un desconcertante belleza, desvaída por el dolor, pero intensa y penetrante.
“Verehrung” sigue transitando el mismo camino, la atmósfera se recrea con lentitud e incertidumbre hasta que se produce el estallido y los instrumentos convergen alrededor de un tema central, y las melodías se hacen carne, y la misma tierra parece abrirse para escuchar lo que tienen que decir. El crescendo llega casi a su punto álgido cuando los shrieks se convierten en un horrible bramido, en el pathos del torticero destino llevando a cabo su cometido.
Nos trae de nuevo “Scherben” una preciosa guitarra acústica marcando el camino sobre el que navegará el resto de la canción, sumándose a ella el resto de instrumentos para rematar el trabajo, repitiendo la misma melodía y añadiéndole capas y capas de profundidad, e intercalándose algún que otro cambio e interludio más calmado que acabarán por culminar la colosal y conmovedora composición de quince minutos sin apenas darte cuenta.
“Versprochen…” comienza y uno podría pensar que ya está bien de empezar todos los temas igual, pero ni de lejos. Y es que cuando se abre una canción así, ya se sabe que no puede acabar mal. “Verachtung” nos trae, ahora sí, la eléctrica desde un comienzo, marcándose unos riffs profundos sobre los que la garganta va desgarrándose, los trémolos tremolan incesantes y la batería se descarga más bien a gusto, llegando tras unos cortos minutos al acmé de la psicosis, cuando parece que hasta el mismo cielo fuera a derrumbarse y los muertos a surgir de la tierra donde una vez descansaron.
El portador de muerte se aleja, adentrándose en el bosque oscuro, arqueando su afligida y pálida figura a contraluz, con el ocaso a su espalda y la noche en su mirada. Y el fragor de su música y la tristeza de su alma, el luto de su semblante y su honrosa amargura se disuelven en “Am Ende Stirbst Du Allein”, que discurre entre guitarras acústicas, piano y serenos pasajes hasta desembocar en una última explosión de energía y belleza, un póstumo suspiro, el postrero aliento en la promesa de que pronto se pondrá el sol, y que tras ello, llegará la noche, y después, de nuevo, el día.