Como colofón a este productivísimo año, Spreading the Sound ha decidido, cambiando un poco la tradición, conmemorar los mejores álbumes de la década, que no del año, abriendo así el abanico a producciones que hayan hecho mella en nuestros corazones y hayan arraigado en nuestro más profundo ser de una manera especial, y que por tanto merezcan unas palabras en este exclusivo espacio. Comenzaremos por unos abanderados del power metal, los turolenses Magic Warrior, con su álbum del 2014, La espada legendaria del caballero caído.
Magic Warrior es una banda que hace honor a su nombre. “Magic”, porque hacen música mágica, y “warrior”, porque hacen bastante el ridículo con disfraces raros y abdominales postizos. Pero como veíamos en La Bella y la Bestia, la guapura está en el interior, así que dejando a un lado las pintas, lo que nos encontramos en el álbum de Magic Warrior es un trabajo sensacional que recoge en apenas sesenta minutos lo mejor del europower del siglo XXI, duelos de solos astronómicos que no acaban hasta que uno de los contendientes acaba inconsciente, cabalgueos de guitarras en la grupa de un unicornio bicéfalo unicelular y teclados imitando el sonido de una orquesta cuya calidad no la supera ni la filarmónica de Viena.
La intro orquestal nos mete de lleno en un mundo de fantasía, aventuras, dragones, mazmorras, cosas pequeñas volando y cosas más grandes que no vuelan, un mundo en el que “La espada legendaria del caballero caído” es el primer puntal de energía metálica inalienable. El chorro de notas de su solo hará que te duela la cabeza durante un tiempo no inferior al triple de la duración de la canción, y cuando el dolor pase, un nuevo solo hará aparición, creando un efecto bucle bastante majo. Esta espada será el casus belli del enfrentamiento entre dos poderes brutales que harán aparición en el siguiente tema.
“Batalla en las llanuras yermas de Kak,dp E`rro” es uno de los múltiples interludios instrumentales que abarrotan el álbum y que tratan de contar la historia sin la constante molestia de tener que forzar palabras que rimen entre sí. Un gran trabajo el de los instrumentos de viento metal –metal, no métal–, en la fanfarria que anuncia la llegada del rey Djent IV, quien en un acto de valentía invoca su mandoble con aparatosa ostentación y es abatido casi al instante y con estruendoso ridículo por el ser dimensional conocido como “El divino poder del metal” –esta vez sí métal, no metal–, composición neoclásica con reminiscencia de la música barroca de principios del siglo XVIII, sobre todo de Antonio Vivaldi, Johann Bach y Johann Malmsteen.
El divino poder del metal, ahora sin control y dispuesto a controlar el universo gracias a su potencia mágica power metalera unificadora, hace un salto “A través del espacio y el tiempo, luego gira a la izquierda” llegando a un planeta en el que obtendrá el poder necesario para conquistar cualquier alma musical. Esta canción de tintes sinfónicos nos muestra una atmósfera tétrica que casa con el inicio del siguiente tema, “El hechicero, el báculo y el conejillo”, que nos narra la historia de un viejo hechicero, antiguo sanador y protector de su pueblo, quien, harto de los clichés de fantasía y de las constantes quejas de sus convecinos por no poder ayudarles a encontrar el amor verdadero –pese a su constante insistencia en que él no es una bruja, sino un mago–, se convierte en conejo para poder vivir tranquilo pastando en el prado. Es así como el divino poder del metal consigue su báculo mágico y comienza su andadura para unificar la música en un solo ente metalero.
Pero este no es el fin de nuestra historia, pues el rey Djent IV, recuperado su cuerpo de sus heridas y su mente de los solos de cientos de notas indistinguibles, se sienta en “El sagrado trono de la luz eterna”, su trono real, que casualmente también es mágico, algo necesario para que logre avanzar la trama, y entona una de las baladas más bellas de la historia. Cuenta la leyenda que los palm mutes y los polirritmos de la compleja balada, amplificados por el poder del trono, lograron llegar a los lugares más recónditos del universo, haciendo que todo tipo de seres, desde elfos hasta no elfos, se quedarán parados en el sitio, aguantándose las ganas de cagar o lo que estuvieran haciendo, hasta que acabó la canción. Comprobadlo vosotros mismos, un temazo.
Es así como el divino poder del metal es derrotado por la mágica balada del rey y acaba “Descendiendo a los abismos helados de Polödl Imón”, tema arrollador basado en riffs oscuros y demoledores que arrasan con los oídos del oyente y con el divino poder del metal, quien quedará atrapado por siempre en este pozo de desolación. La outro deja las puertas abiertas a una nueva parte de esta historia, pues se nos muestran sonidos de ultratumba con un sintetizador que dan a entender que el divino no está del todo acabado y que podría renacer en cualquier momento.
Aquí acaba la primera reseña de las muchas que traeremos próximamente con nuestros álbumes favoritos de la década, tanto nacionales, como internacionales y extraterráqueos. Manteneos atentos a Spreading, yo mientras me quedo esperando con ganas la gira mundial, que los llevará por todo Japón, América Latina, el Océano Pacífico, la Fosa de las Marianas, las islas de Pascua y Torremolinos.